La muerte de Jesús es un hecho histórico
innegable porque encaja en el contexto de la historia. La cruz era la
forma de ejecutar a la gente de baja extracción social: los pobres, los
delincuentes, los marginados etc.... A los romanos condenados a muerte
no los sometían a la crucifixión. Así, a San Pablo lo decapitaron porque
era ciudadano romano.
Es un hecho la muerte de Jesús que
aparece en varias fuentes. Aparece en el Evangelio de San Marcos y en
otros dos que lo toman de él. También lo narran escritores profanos. La
muerte de Cristo en la cruz es un hecho evidente e histórico.
En los evangelios se narran hechos de la
vida de Cristo relacionados con la pasión. Algunos son públicos como el
episodio del templo:
Como estaba próxima
la fiesta judía de la pascua, Jesús fue a Jerusalén. En el templo se
encontró con los vendedores de bueyes, ovejas y palomas; también estaban
allí sentados detrás de sus mesas los cambistas de dinero. Jesús al ver
aquello, hizo un látigo de cuerdas y echó fuera del templo a todos con
sus ovejas y bueyes; tiró al suelo las monedas de los cambistas y volcó
sus mesas y a los vendedores de palomas les dijo: “Quitad esto de
aquí. No convirtáis la casa de mí Padre en un mercado”. Sus
discípulos recordaron las palabras de la escritura: “El celo de tu
casa me consumirá”. Los judíos salieron al paso y le preguntaron:
“¿Qué señal nos ofreces como prueba de tu autoridad para hacer esto?”
Jesús replicó: “Destruid este templo y en tres días lo levantaré
de nuevo”. Los judíos contestaron: “Han sido necesarios cuarenta
y seis años para edificar este templo ¿y tu piensas recuperarlo en tres
días?”. El templo del que hablaba era su propio cuerpo. (Juan 2- del
14 al 21-).
Otros son privados como la última cena. Es un
momento importante:
Estaban cenando y ya el diablo había metido en la cabeza a Judas
Iscariote, hijo de Simón, la idea de traicionar a Jesús.
Entonces Jesús sabiendo que el Padre le había entregado todo;
que de Dios había venido y a Dios volvía, se levantó de la mesa,
se quitó el manto, tomó una toalla y se la ciñó a la cintura.
Después echó agua en una palangana y comenzó a lavar los pies a
los discípulos y a secarlos con la toalla que llevaba a la
cintura. Cuando llegó a Simón Pedro éste se resistió: “Señor
¿lavarme los pies tu a mi?” y Jesús contestó: “Lo que
estoy haciendo no lo puedes comprender ahora”. Pedro
insistió: “Jamás consentiré que me laves los pies”.
Entonces Jesús respondió: “Si no te lavo los pies no podrás
sentarte entre los míos”
Simón Pedro
reaccionó así: “Señor, no solo los pies, lávame también las
manos y la cabeza”. Entonces le dijo Jesús: “El que se ha
bañado, solo necesita lavarse los pies porque está completamente
limpio. Y vosotros estáis limpios aunque no todos” (Juan 13
–del 2 al 10-). Por indicación de Jesús, Judas salió de la sala.
Después Jesús dijo: “Amaos los unos a los otros. Como yo
os he amado, así también
amaos los unos a los otros. Por el amor que os tengáis los unos
a los otros reconocerán que sois mis discípulos”
(Juan 13-34,35). Y vuelve a repetirlo: “Mi mandamiento es
éste: amaos los unos a los otros como yo os he amado. Nadie
tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos.
Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. En
adelante no os llamaré siervos, porque el siervo no conoce lo
que hace su señor. Desde ahora os llamaré amigos porque os he
dado a conocer todo lo que he oído de mi Padre” (Juan 15
–del 12 al 15-).
Cuando terminó de
hablar salieron de allí atravesaron el torrente de Cedrón y
entraron en un huerto que había allí cerca. Este lugar era
conocido de Judas el traidor, porque Jesús se reunía
frecuentemente allí con sus discípulos. Así que Judas llevando
consigo un destacamento de soldados romanos y los guardias
puestos a disposición por los jefes de los sacerdotes y los
fariseos se dirigió a aquel lugar. Iban armados y equipados con
linternas y antorchas. Jesús que sabía todo lo que iba a ocurrir
salió a su encuentro y les preguntó: “¿A quien buscáis?”
; ellos contestaron: “A Jesús Nazareno”. Jesús les dijo:
“Yo soy”. Judas el traidor estaba allí con ellos. En
cuanto les dijo “yo soy” comenzaron a retroceder y cayeron a
tierra. Jesús preguntó de nuevo: “¿A quien buscáis?” .
Volvieron a contestarle: “A Jesús Nazareno”. Jesús les
dijo: “Ya os he dicho que soy yo; por tanto si me buscáis a
mi dejad que éstos se vayan” (Juan 18 –del 1 al 8-).
El tercer episodio
es el juicio y la condena de Jesús. Los relatos evangélicos
narran la muerte de Jesús con bastante detalle. En San Marcos se
señala la humillación y burlas de los soldados. Los soldados lo
llevaron al interior del palacio, o sea, al pretorio y llamaron
a toda la tropa. Lo vistieron con un manto de púrpura y
trenzaron una corona de espinas y se la ciñeron. Después
comenzaron a saludarlo diciendo: ¡Salve rey de los judíos! Lo
golpeaban en la cabeza con una caña, le escupían y poniéndose de
rodillas le rendían homenaje. Tras burlarse de él lo vistieron
con sus ropas y lo sacaron para crucificarlo.
En el Evangelio de
Juan dialoga de forma serena con el que le va a condenar a
muerte. Pilatos, por su parte, salió adonde estaban ellos y les
preguntó: “¿De que acusáis a este hombre?” Ellos
contestaron: “Si no fuera un criminal no te lo habríamos
entregado”; Pilatos les dijo: “Lleváoslo y juzgarlo según
vuestra ley”. Los judíos replicaron: “A nosotros no nos
está permitido condenar a muerte a nadie”. Así se cumplió la
palabra de Jesús de que forma iba a morir. Pilatos volvió a
entrar en su palacio, llamó a Jesús y le interrogó: “¿Eres tu
el rey de los judíos?” Jesús contestó: “¿Dices eso por ti
mismo o te lo han dicho otros de mí?”. Pilatos replicó:
“¿Acaso soy yo judío? Son los de tu propia nación y los jefes de
los sacerdotes los que te han entregado a mí ¿qué es lo que has
hecho?” Jesús replicó: “Mí reino no es de este mundo. Si
lo fuera mis seguidores hubieran luchado para impedir que yo
cayera en manos de los judíos. Pero no, mi reino no es de este
mundo”. Pilatos insistió: “¿Entonces tu eres el rey?”.
Jesús le respondió: “Soy rey como tú dices. Mi misión
consiste en dar testimonio de la verdad, precisamente para eso
nací, para eso vine al mundo. Todo el que pertenece a la verdad
escucha mi voz”. Pilatos preguntó: “¿Qué es la verdad?”.
Después de decir esto Pilatos salió de nuevo y dijo a los
judíos: “Yo no encuentro delito alguno en este hombre. Pero
como tenéis la costumbre de que os ponga en libertad un
prisionero durante la fiesta de pascua ¿queréis que deje en
libertad al rey de los judíos?”. Y en medio de un gran
clamor gritaban: “¡No, a ese no! ¡Deja en libertad a
Barrabás!”.
En la condena de
Jesús se siguen dos procesos: el proceso religioso y el proceso
civil. El enfrentamiento es religioso. Los jefes de los
sacerdotes y todo el sanedrín buscaban una acusación falsa
contra Jesús para condenarlo a muerte. Pero no la encontraban, a
pesar de que se presentaron muchos testigos falsos. Al fin
comparecieron dos que declararon: “Este ha dicho: Puedo
derribar el templo de Dios y reconstruirlo en tres días”. El
sumo sacerdote se levantó y les dijo: “¿No respondes nada
contra esta acusación?”, pero Jesús callaba. El sumo
sacerdote le dijo: “Te conjuro por Dios vivo, dinos si eres
el Mesías el hijo de Dios”. Jesús le respondió: “Tú lo
has dicho y además os digo que veréis al hijo del hombre sentado
a diestra del Todopoderoso, y que viene sobre las nubes del
cielo”. Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras y
dijo: “¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos?
Acabáis de oír la blasfemia ¿Qué os parece?”. Ellos
respondieron: “Es reo de muerte” (Mateo 26 – del 59 al
66-).
Pero en el mundo
romano cabían todas las religiones y eso no era motivo de
condenación. Por ello, con el fin de eliminar a Cristo, los
jefes de los sacerdotes y todo el sanedrín buscaban la forma de
conseguir que Jesús fuese sometido a un proceso civil. En éste
el silencio de Jesús ante Pilatos es considerado como falta de
respeto a la autoridad y motivo de condena.
La crucifixión era
una tortura de origen persa. Se acostumbraba a crucificar fuera
del pueblo y obligaban al reo a llevar el palo mas corto, el de
los brazos, hasta el lugar de la ejecución. Se llevaba apoyado
en las muñecas, con la consiguiente tortura que suponía soportar
su peso en las articulaciones. Era escoltado por los soldados y
uno llevaba un letrero con la causa de la condenación. Llegados
al lugar de la ejecución, se unían los dos brazos, colocaban
encima al reo y lo clavaban; después levantaban la cruz,
clavándola en el suelo. Según el relato de la muerte de Jesús
que ha llegado hasta nosotros, Cristo cargó con toda la cruz y
tuvo que ser ayudado por un hombre de Cirene, llamado Simón,
para que pudiera llegar con vida al lugar de la ejecución.
Veamos ahora la actuación de
algunas mujeres durante estos sucesos.
La mujer de Pilatos
intercede a favor de Jesús para que no sea condenado. Estaba aún
en el tribunal Pilatos, cuando su mujer le envió este mensaje:
“No te metas con ese justo, porque esta noche he tenido
pesadillas horribles por su causa” (Mateo 27-19).
María, madre de
Jesús que había oído rumores de lo que los príncipes de los
sacerdotes planeaban contra Jesús, no se atreve a salir de casa
y espera ansiosa a que alguien le lleve noticias ciertas. Al fin
aparece Magdalena jadeante de dolor y cansancio, con lo ojos
enrojecidos de haber llorado. María le pregunta: “¿Qué es de
Jesús? ¿Lo han condenado?”. Magdalena abraza a María
llorando. María insiste: “No me ocultes nada”; y
Magdalena responde entre sollozos: “Sí, condenado, lo llevan
camino del Gólgota”. Las dos mujeres permanecen breve tiempo
abrazadas llorando. Después salen juntas en busca de Jesús. En
el camino encuentran a Juan que viene abatido, cansado, con
ojeras de no haber dormido y señales de sufrimiento en el
rostro. Intenta impedir que María siga adelante, la abraza y
llora, mientras Magdalena le pregunta al oído: “¿Qué es del
maestro? ¿Lo han crucificado?”. Juan contesta: “Aún no.
Van camino del Gólgota”. María dice: “Vamos; quiero que
sepa todo Jerusalén que Jesús el condenado por los «puros»
tiene una madre que no se avergüenza de él”.
Guiados por el griterío de las turbas llegan a la calle de la
Amargura. Allí la madre y el hijo se miraron. Los soldados
empujaron a Jesús obligándole a seguir y María quedó paralizada
sin moverse del lugar donde había visto a su hijo.
Según un relato
popular la Verónica tenía una hija paralítica a la que cuidaba
con tal dedicación que apenas se enteraba de lo que pasaba fuera
de su casa. Ese día estaba cosiendo junto a su hija. Oyó el
alboroto de las turbas que conducían a Jesús y, por curiosidad,
salió para enterarse a que se debía tal alboroto, sin soltar de
la mano la labor y fue con ella, con la que, movida por
compasión limpió el rostro a Jesús; el rostro del Señor quedo
plasmado en la tela. Los soldados empujándola brutalmente la
obligaron a entrar en casa. Ella, al ver el rostro de Cristo
marcado en la tela, cubrió con ella las piernas de su hija y en
ese instante la niña quedó curada.
A Jesús le seguía
una gran muchedumbre de gente y mujeres que golpeaban el pecho y
se lamentaban por él (Lucas 23-27). Durante el camino Magdalena
y Juan sólo habían percibido un confuso vocerío, pero María se
paró varias veces porque creyó percibir ruido de martillazos.
Cuando el grupo llegó al Gólgota, acababan de levantar la cruz
con Jesús clavado. Juan habló con Nicodemo y éste habló al
centurión que les dejó acercarse a la cruz. Magdalena siempre
impulsiva se arrodilló y se agarró a la base de la cruz
llorando; el centurión atravesó con su lanza el costado de
Jesús; de la herida brotó sangre y agua que se deslizó
suavemente por el madero vertical hasta la roja cabellera de
Magdalena. ¿Sería en pago al perfume que un día Magdalena vertió
sobre la cabeza de Jesús?
El
tiempo que los crucificados permanecían con vida en la cruz
podía durar dos o tres horas y a veces varios días. En el caso
de Jesús el castigo de los azotes había sido tan cruel que se
abrevió el tiempo de permanencia en la cruz.
La muerte de Jesús es una consecuencia de su modo de vivir y actuar. La
gente le seguía; algunos de sus seguidores se apartaron de él al
encontrar en sus enseñanzas unas exigencias que no eran capaces de
cumplir. Hubo un distanciamiento en las personas que lo seguían y Jesús
se dedicaba a los íntimos. La gente lo admiraba. Algunos lo critican por
curar en sábado. Jesús se enfrenta con las autoridades religiosas. Entre
las causas de la muerte de Jesús está la libertad, esa libertad de
actuación lo sitúa en forma crítica, el escándalo de la gente y el
consecuente rechazo a su persona. No puede contar con nadie que lo
defienda. El templo, curar en sábado, la última cena, enfrentamiento con
los fariseos: Dios está por encima de la ley. El amor está por encima de
la ley.
La actitud de Jesús ante la
muerte responde a un acto de obediencia. Jesús durante toda su vida
mantuvo una relación íntima con Dios y aceptó la muerte como un acto de
obediencia al Padre. Gesto de confianza no de reproche: “Perdónalos
Padre porque no saben lo que hacen”. La cruz es la culminación de su
tarea: “Todo está cumplido”. Cuando tiene la sensación de que
todos lo han abandonado exclama: “Padre a tus manos encomiendo mi
espíritu”.
Los muertos se enterraban
envueltos en telas y a veces ungidos con aromas. Las mujeres no
participaban. Por eso las mujeres que habían acompañado a Jesús se
mantendrían a distancia, tomando buena nota de donde lo quedaban. Los
discípulos huyeron asustados. Estaban decepcionados. Cristo había
fracasado. Sólo a la luz de la resurrección comprendieron que la muerte
de Jesús no había sido la muerte de un pecador, sino de un justo, un
profeta. No fue la muerte de un revolucionario, sino de un hombre que
vivió en obediencia al Padre y murió por solidaridad con todos los
hombres. Su muerte tiene un sentido liberador y aquella primera
comunidad cristiana entiende la muerte de Jesús como una nueva alianza.