A finales del siglo XVIII la medicina no se parecía
en nada a lo que hoy conocemos. Las vacunas no existían, casi cualquier
infección era mortal ya que no se conocía la penicilina y la cirugía era
un sueño futurista que apenas se vislumbraba.
En esa época predominaba la teoría de la enfermedad
preconizada por Hipócrates que afirmaba que el buen funcionamiento del
organismo se basaba en el equilibrio entre los humores del cuerpo
(sanguíneo, flemático, colérico y melancólico que se corresponden con
frío, calor, húmedo y seco) y que las enfermedades estaban causadas por
un desequilibrio entre ellos. Con esa idea la mayor parte de las
curaciones se intentaban a base de sangrías, lavativas, dietas drásticas
y sanguijuelas.
En
este estado de cosas un medico alemán, Samuel Hahnemann, se percató de
que realmente la medicina tradicional no curaba a las enfermos, sino que
muchas veces ayudaba a debilitarlos y se dedicó a traducir obras
médicas, lo que le llevó a publicar en 1810 la “Ley de la similitud”. No
diferenciaba en la enfermedad entre síntoma y causa, sino que para él
eran todo uno. La fiebre era una enfermedad en si misma, y no el síntoma
de que algo estaba mal en el organismo. Defendía que en el cuerpo hay
una “fuerza vital” que cuando se desequilibra ose debilita provoca
enfermedades. Basándose en una experiencia personal en la que
consumiendo gran cantidad de quinina llegó a mostrar los síntomas de la
fiebre, dedujo que si algo te provoca unos síntomas, en pequeñas dosis
te puede curar. Con una serie de colaboradores llevó a cabo experimentos
en los que daban sustancias a determinadas personas y estos explicaban
lo que les hacían sentir dichas sustancias. Comprobó que cuanto menor
era la dosis menos síntomas se tenían, por lo que dedujo que a menor
concentración
de sustancia mayor potencia curativa. Esto, tan alejado del
método científico, sentó las bases de lo que desde hace casi
doscientos años se ha llamado homeopatía. Sus resultados fueron
asombrosos, aunque conociendo los tratamientos de la época era
mas fácil que alguien se curase dejando que la enfermedad
siguiera su curso que a causa de la intervención de un médico.
Según Hahnemann es
“inherentemente imposible conocer la naturaleza interna de los procesos
de la enfermedad y, por tanto, era inútil especular sobre ellos o basar
el tratamiento en teorías". A lo largo de estos doscientos
años la medicina tradicional ha dado un gran salto. Gracias a Pasteur
sabemos que las enfermedades no son desequilibrios del cuerpo, sino que
las producen unos pequeños seres llamados bacterias,
virus, etc, y que
los síntomas no son más que una reacción del cuerpo en su lucha contra
esos seres, lucha que se puede ayudar a base de antibióticos y otros
medicamentos. La fisiología, la genética o la anatomía nos han enseñado
otras causas de enfermedades que se pueden ver, medir y analizar, a
diferencia de los humores, que aun nadie sabe donde están.
Pues bien, doscientos años después, aún hay quien
propugna las ideas de Hahnemann sin cambiar una coma. La principal idea
de Hahnemann es la de las disoluciones infinitesimales. Según su teoría
cuanto mas disuelta este una sustancia en agua, mayor será su efecto
sobre el cuerpo humano. Así comenzó a crear disoluciones
infinitesimales, de tal modo que una gota de determinada sustancia la
diluía en 100 partes de agua, siendo 1CH (dilución centesimal
Hahnemann), una gota de esta sustancia se diluye en 100 partes de agua y
pasa a ser 2CH, y así sucesivamente. Hay remedios homeopáticos con
diluciones de hasta 30 CH, por lo que para encontrar una sola molécula
de la sustancia activa en esta dilución seria necesaria una cantidad de
dilución miles de veces mayor que la masa de la Tierra. Según las leyes
de la química (Ley de Avogadro) por encima de una dilución de 13 CH es
imposible encontrar una sola molécula del producto diluido.
Evidentemente esto no cura, pero tampoco hace mal al paciente. Según los
homeopáticos el hecho de que sea prácticamente imposible encontrar una
sola molécula de la sustancia activa en un medicamento homeopático no
supone ningún problema, ya que el agua recuerda las sustancias
que ha tenido disueltas, algo imposible de demostrar y que se basa en la
fe del consumidor. Además con ese recuerdo y con la cantidad de
sustancias tóxicas y nocivas con las que ha estado en contacto el agua
en nuestro planeta es raro que no caigamos con terribles convulsiones
cada vez que bebemos un vaso de agua.
Por si esto no fuera ya motivo para pensar que la
homeopatía es una pseudo medicina, resulta que además de disolverlas
hasta limites inimaginables a veces disuelven cosas que no existen, tal
cual. El remedio homeopático a la gripe se basa en el descubrimiento en
1917 por parte de Joseph Roy del oscillococcinum, una bacteria
que según él se encuentra en el hígado y el corazón de algunos patos y
que solo él vio y que nadie más ha podido localizar jamás. La cura a la
gripe se realiza con una dilución 7CH de hígado y corazón de pato de
Bavaria (por suerte para los patos con 1 gramo de hígado se pueden hacer
1 billón de kilos de medicina, su extinción no llegará de manos de los
homeópatas) que consigue curar la gripe en un cuarto de fase lunar (7
días con la medicina tradicional y una semana si se deja seguir su
curso).
En ningún experimento riguroso, con pruebas de doble
ciego, se ha podido demostrar que la homeopatía cure más que el efecto
placebo. La prestigiosa revista médica The Lancet publicó en 2005
un metaestudio sobre la homeopatía en el que se llegó a la conclusión de
que los medicamentos homeopáticos no curan más que cualquier sustancia
inocua. No tienen efecto alguno sobre el organismo.
Es posible que tal y como funciona actualmente la
medicina tradicional, que despacha recetas por sistema, que apenas deja
tiempo para conocer al paciente y que da la impresión de ningunearte, el
hecho de que haya alguien que te escuche, que te dedique tiempo y que te
anime te haga sentir mejor, pero sólo eso, tu homeópata puede hacer que
te sientas mejor, pero sus medicinas no te curan.