Nuestro punto de partida es la famosa frase de Aristóteles: "El hombre
es un animal político por naturaleza"; ("político"26 significa vivir en
polis, en sociedad). Esto significa que somos políticos/sociales
necesariamente; es decir, es imposible un ser humano no político, pues
somos políticos/sociales por naturaleza, porque es nuestra forma de ser
auténticamente hombres. Como también dice Aristóteles: "El hombre que
vive aislado es una bestia o un dios". El vivir en sociedad significa
que nuestra actuación tiene consecuencias sobre las gentes que nos
rodean; y todas las actuaciones de las gentes que nos rodean tienen
consecuencias sobre nosotros. Puestas así las cosas, queda claro que el
que dice no ser político, o no es consciente de lo que significa su
humanidad o miente. Cuando decidimos apartarnos de la política, hemos
decidido renunciar a la dimensión humana según la cual somos dueños y
responsables de nuestros actos. Puede suceder una de estas dos cosas: o
que hemos decidido que las cosas están bien como están; o que estamos
tan oprimidos por la situación social/política que realmente no tenemos
posibilidad ni de elección ni de decisión.
En conclusión, reivindicamos la necesidad de ser conscientes de nuestra
naturaleza política/social, y por ello, reivindicamos la palabra
política como algo propio de nuestra dimensión humana. Pero entonces,
¿Cómo es posible la exaltación del valor del hombre que todos
proclamamos con el desprestigio de esta dimensión humana que nos hace
auténticamente hombres? Intentaremos aventurar una respuesta: la lucha
partidaria y rastrera por intereses particulares se ha autoproclamado
como "política". En consecuencia, defendemos la necesidad de proclamar
la dimensión humana de la política manteniendo el término "política"
como algo fundamental para el ser humano; y llamar polítiquería (como
frecuentemente dice el pueblo) a la lucha partidaria por intereses
particulares. Como dice otra vez el gran Aristóteles "El que no
distingue, confunde". Este hombre social/político debe utilizar su
razón, su entendimiento para poder orientarse en la vida, y así,
también, necesita distinguir entre política y
polítiquería.
Sentadas estas premisas, vamos a tratar de mostrar algunos
inconvenientes de convertir la política en lucha de partidos, que
degenera en “politiquería”; lo cual creemos que es uno de los males
fundamentales de nuestro sistema político, de nuestra democracia.
En este caso es Platón el que nos dice que en la democracia la lucha entre
partidos, fácilmente, termina convirtiéndose en una lucha entre facciones, entre
grupos enfrentados. Estas facciones o partidos van a buscar lo mejor para su
propia facción, pero no para el todo social. De hecho, todos hemos escuchado en
repetidas ocasiones como nuestros grandes partidos se acusan mutuamente de eso,
de no tener en cuenta el interés general; y el signo de la acusación sólo
depende de estar en el poder o en la oposición; con lo cual podemos ver
claramente que le dan la razón a Platón, aunque ellos, claramente, sólo son
capaces de ver “la paja en el ojo ajeno”. De esto, resulta, que muy
frecuentemente a una de estas facciones le puede interesar o resultarle
conveniente que las cosas vayan mal para el conjunto de la sociedad, pues en
estas facciones, en general, se exigen resultados a corto plazo: el obtener
mejores resultados o el hacerse con el poder en las siguientes elecciones. En
conclusión, la lucha de partidos puede contribuir a que el interés general se
vea interferido por los intereses particulares de los partidos; con lo cual el
interés triunfador ya no será el interés general de todos los ciudadanos, sino
el interés particular de un grupo.
Un segundo inconveniente, no pequeño, de esta lucha de partidos es que se
elegirán como líderes de los partidos a los que mejor luchen contra la otra
parte, ya no a los mejores para gobernar a toda la sociedad. Incluso será muy
frecuente que las gentes con menos escrúpulos resulten ser más competitivas en
esta lucha por el poder. Resulta claro, pues, que esta lucha de partidos
presenta un grave riesgo (que no debemos ignorar para poder afrontarlo
convenientemente): el que al final nos veamos gobernados por unas gentes de una
catadura moral e intelectual no conveniente; con el agravante de que, además,
persiguen defender unos intereses particulares machacando a las gentes que
pertenecen al otro partido. Tendríamos así una sociedad dividida y enfrentada.
Pero esta lucha de partidos no sólo es perniciosa para el conjunto social sino
también para el individuo, pues el grupo o partido va a exigir a los individuos
integrados en el partido la “lealtad” (en realidad sumisión) a un interés
particular, el del grupo partidario, y no al interés general de la sociedad. El
grupo o partido impone una presión mucho mayor al individuo para que éste se
integre en su seno identificándose con el grupo y renunciando a su
individualidad, autonomía y capacidad de pensar por libre. Así, el individuo
debe plegarse a los intereses particulares del grupo con un nivel de exigencia
mucho mayor que lo que se le exige respecto a los intereses generales de la
comunidad. Ciertamente, la existencia del partido o grupo implica la existencia
de grupos en conflicto; y en situaciones de conflicto se exige mayor sacrificio
y sumisión a los intereses "superiores" del grupo frente a los particulares del
individuo. Viñetas realizadas por Mª Teresa Martínez Antón, Profesora de
Filosofía del I.E.S. Claudio Moyano de
Zamora.
En
conclusión, la lucha de partidos puede suponer tres grandes riesgos:
1) El que los
individuos se vean obligados a plegarse a intereses de inferior categoría (el
interés particular de una parte y no el del todo social).
2) El verse
gobernados por los individuos con menos escrúpulos y más implacables en la lucha
contra el otro (que en este caso son sus propios conciudadanos).
3) Y, además,
renunciando con ello a la correspondiente pérdida de dimensiones humanas de
autonomía y de posibilidades de realización personal. El lector deberá juzgar y
decidir si algo parecido a lo descrito anteriormente se está produciendo
efectivamente en la lucha política española, europea y/o mundial.
El planteamiento de los problemas es el primer paso, e inexcusable, para poder
encontrar una solución. En la vida humana y social nunca hay nada hecho
definitivamente. Como decía Ortega, la vida es “quehacer”, y debemos mantener
siempre la tensión vital para afrontar las dificultades y buscar soluciones. Tal
vez la democracia sea el menos malo de los sistemas políticos puestos en
práctica hasta el momento, pero no es perfecto. Nuestra tarea de ciudadanos será
la de mantener esa vigilancia procurando afrontar cuanto antes los fallos que
puedan detectarse. El buscar soluciones a este problema daría lugar a extensos y
sesudos libros; pero en un breve artículo como el presente sólo reclamaremos el
cumplimiento del siguiente principio: que los partidos, grupos políticos o
cualquier otra entidad social con poder, sean realmente cauces de participación
del individuo, que permitan su libre expresión, y no exijan su
adhesión/negación. Esto permitiría que los individuos realmente valiosos
aceptaran las propuestas valiosas de los otros grupos partidarios, creándose un
ambiente de colaboración de todos para la búsqueda del interés general.
P.D.: Para encontrar ejemplos prácticos donde se producen las
situaciones denunciadas, el lector deberá pensar en el partido hacia el cual
sienta una mayor aversión, y no encontrará mayores dificultades para encontrar,
respecto al punto 1), un tema en el que ese partido antepone su interés
particular partidario frente al interés general. Respecto al punto 2),
encontrará personajes relevantes que deben su éxito a la carencia de escrúpulos.
Y, respecto al punto 3), tampoco le será difícil encontrar destacados personajes
de su partido “odiado” que se han visto alejados de la política porque eran
gente valiosa y decente.
Del mismo modo, se les otorgará diploma acreditativo de ser ciudadanos
independientes a todos aquellos que hayan sido capaces de hacer este mismo
ejercicio respecto al partido de sus amores.
*
Profesor de Filosofía del I.E.S. Claudio Moyano de Zamora.
26 “Polis” significa ciudad-estado entendida como comunidad o conjunto social.
“Polites” es el ciudadano
o habitante de la polis, con plenos derechos. El sufijo –ico/a da lugar a
adjetivos; por tanto, la política es
lo relativo al que vive en polis, en sociedad.