NECESIDAD
Y TAREA DE “LO POLÍTICO”:
EL REPUBLICANISMO COMO REVITALIZACIÓN DE LA DEMOCRACIA
Sebastián Salgado González*
Los términos política y político (entendiendo por éste
aquel que se dedica profesionalmente a la política) se han prestado en
la actualidad a un descrédito casi incurable. Se trata de un descrédito
que constitutivamente no merecen pero que, por desgracia, hoy tienen. Y
se debe, entre otras razones, a:
- las actuaciones de incompetencia, negligencia, corrupción y dejación
de sus deberes por parte de los políticos
- un discurso generalizado entre la ciudadanía de abnegar de su
responsabilidad cívica, la cual consiste en participar en la
construcción de la razón pública, ya que el individuo
tiene para con lo público un deber: el deber de civilidad o deber de
actuar como ciudadano, esto es, el compromiso de participación en la
gerencia política de la sociedad y sus recursos de todo tipo, así como
la responsabilidad de vigilar la función pública del gobierno. Por razón pública cabe entender la razón de los ciudadanos
iguales que, como un cuerpo colectivo, ejercen poder político terminante
y coercitivo unos respecto de otros aprobando leyes y mejorando su
constitución(20). Por eso, el sujeto de lo
público no es otro que el ciudadano, esto es, aquel que es igual a otro
ante la ley. Así pues, la razón pública no habrá de ser más que la
expresión de la potencia de la multitud –utilizando la
terminología de Spinoza-. Precisamente el quehacer político resulta ser
una instancia privilegiada, por imprescindible,
para construir la
razón pública, debido a que la esfera de lo público es lo político,
porque lo político es el ámbito de legitimación de la ley y, sobre todo,
porque es el espacio de escenificación del llamado “deber de
civilidad”.
Dada, pues, la situación de descrédito en que se traduce hoy la
percepción generalizada que la ciudadanía tiene de la política, podemos
intentar hacer frente a tal descrédito revitalizando la política. Y para
ello voy a plantear dos frentes de trabajo:
1.- Tomar en consideración el concepto de lo político,
para que éste sustituya en la medida de lo posible al denostado y
excesivamente generalizado de política.
2.- Ofrecer cauces de participación pública para construir la
ciudad, que es el objetivo primordial de lo político.
1) Hemos
de entender por “lo político” la actuación política; pero
no sólo de los políticos, en tanto que profesionales, sino de toda la
ciudadanía, es decir, del pueblo. Renunciar a lo político resulta
imposible además de ser improcedente. Es imposible porque, como pensaban
los “griegos” (Platón y Aristóteles a la cabeza), el hombre es un
animal político(21), es decir, se ve
urgido naturalmente a organizar socialmente su existencia, ya que
necesita de otros para vivir: ni su vida técnica, ni su existencia
simbólica, pueden constituirse al margen de la cooperación. Precisamente
una sociedad es, como dice Rawls, una “empresa cooperativa
encaminada al beneficio mutuo”(22). Por
otro lado, intentar renunciar a lo político no sólo es imposible sino
que resulta improcedente porque todo quehacer político nace de las
entrañas del inconformismo; ni quiere, ni puede quedarse inactivo ante
la realidad. Considera que su tarea esencial es la de transformar esa
realidad, ya sea por la vía del conservadurismo, del “progresismo”, o de
la revolución.
Así, renunciar a lo político supondría, por un lado, renunciar a
nuestra constitución como humanos –recuérdese: somos animales políticos- y, por
otro lado, supondría renunciar a nuestra tarea de intentar progresar(23)
o, si se prefiere, intentar perseverar en nuestro ser.
2) Una vez argumentada la necesidad de lo político, podemos pasar
a evidenciar la tarea esencial en la que se vuelca lo político: organizar
la ciudad y regular el debate sobre la organización de la ciudad. Pero,
qué significa ciudad. Para empezar, he de aclarar una obviedad: el
significado de “ciudad” que aquí empleo no es el de espacio urbano opuesto a
espacio rural (pueblo, villa, etc.). Ciudad es el espacio común
donde dialogar, deliberar, consensuar y argumentar. Por eso, la política –que
está dedicada a construir la ciudad- es en gran medida diálogo, deliberación,
consenso, persuasión mediante la argumentación, en definitiva, construcción de
lo común. Esta es la razón por la que es posible presentar la política como
construcción de lo público, en tanto que lugar del ciudadano.
Pero la ciudad no sólo es necesaria sino que precisa ser construida a cada paso.
Ahora bien, cómo construirla: revitalizando la democracia. Democracia
es un sistema de gobierno en el que el pueblo es quien ejerce la soberanía, de
forma directa o por medio de representante; así pues, la democracia es el
sistema de gobierno en el que la soberanía emana del pueblo. Pero decir esto,
aun siendo imprescindible, resulta insuficiente, además de ya muy sabido. De ahí
que sea mejor añadir algo sobre el concepto de democracia que esté relacionado
no sólo con el sujeto democrático sino, sobre todo, con su estructura
procedimental, porque la democracia se define mejor por lo que “hace” (o “cómo
hace”) que por lo que “es”. Diremos, por tanto, que democracia es un proyecto
filosófico de liberación donde la libertad de uno se potencia con la libertad de
todos. La Democracia, por tanto, hace posible el perfeccionamiento de la
virtud de la multitud(24) sin por ello menoscabar
la actualización de la potencia de la libertad de cada uno.
Pero hoy la democracia está en peligro: su procedimiento inexcusable, la
“deliberación simétrica”(25) se ha extendido a todos los márgenes de la
vida social, abusando de su uso hasta convertirlo en mera vara de medir que hace
de cualquier opinión un enunciado enteramente válido y respetable, con
independencia del contexto en que se exprese y la finalidad a la que sirva.
Esta descontextualización y vulgarización de la democracia están acabando con
ella y, consiguientemente, con la mejor fórmula para construir la ciudad. Si la
democracia es el orden que exige pensar y no como el que tolera o promueve el
mero opinar, es decir aquel sistema en que la potencia de pensar aumenta la
potencia de obrar, entonces la democracia como quehacer ético-político se halla
en profunda crisis: lo que podemos denominar “democracia de opinión” es una
parodia de la democracia directa, en la que las opiniones erigidas en expresión
de la voluntad popular condicionan las instituciones y los agentes de la
política. La democracia de opinión, más que ensanchar la vida política, la
sustituye: el gobierno de la opinión pública es lo otro de la política entendida
como deliberación racional y elección informada de agentes libres. Tiene razón
el Profesor Bermudo cuando sostiene que “el problema filosófico de la
democracia de opinión es que –a diferencia del fascismo, el bonapartismo o las
dictaduras- no se presenta como lo otro de la democracia, sino como lo mismo;
más aún, como la forma verdadera y original de lo mismo”.
Llegados a este punto –delimitado el campo de actuación de lo político y
expresado críticamente el modo de existencia de la democracia en la actualidad,
“democracia de opinión”- resta todavía ensayar un modo concreto de actuación
política capaz de revitalizar la democracia. Esa forma de revitalización de la
democracia es, en mi opinión, elrepublicanismo, porque el
republicanismo hace ciudadanos, ofrece a la libertad una impregnación pública. Y
esto por tres razones:
a) en palabras de Kant: “República” significa la conjugación armónica de
libertad, poder y ley, porque la ley y la libertad sin poder no sirven de nada,
porque la ley y el poder sin libertad son despóticos y, finalmente, porque el
poder sin ley ni libertad es la barbarie.
b) (al modo de Aristóteles): La República es la posibilidad de un “gobierno
mixto” encauzado hacia la consecución del bien común y de la vida feliz del
ciudadano. Gobierno mixto quiere decir superar los peligros que
para la libertad y la justicia representan las formas puras de gobierno
(aristocracia, monarquía y democracia, según Aristóteles). Así, el
republicanismo aristotélico era manifestación política y social de la superación
del gobierno en manos de una sola clase, ya fuera ésta la de los ricos
(oligarquía) o la de los pobres (democracia). En esta misma línea se expresaría
Maquiavelo, quien tachaba de “pestíferas” a las formas puras de gobierno.
c) “República” significa manifestar la necesidad de educación y los principios
de autarquía (independencia del individuo) y armonía (igualdad ante la ley,
justicia social) como requisitos fundamentales para la constitución de una
auténtica ciudadanía. No hay ciudadano sin virtud y, por ende, sin educación; no
hay ciudadano sin independencia y, finalmente, no hay ciudadano sin armonía
social. Pero no es posible armonía social sin libertad, la cual es condición del
ser humano por la que afirma su existencia.
* Doctor en
Filosofía y Profesor en el I.E.S. María de Molina de Zamora.
(20) RAWLS, John:
El liberalismo político (trad. Cas. Ed. Crítica, 2003).
(21)
No hace falta viajar hasta los clásicos para defender la tesis del hombre como
animal político o social.
La filosofía social contemporánea también ha hecho suyo este concepto; valga
como ejemplo Salvador
Giner, quien afirma: “Los hombres viven en sociedad no porque sean hombres, sino
porque son
animales. La aparición del modo social de vida ha sido un estadio dentro de la
evolución biológica
previo al surgimiento del ser humano. Lo único que podemos decir del hombre es
que ha llevado ese
modo de vida a un grado más alto que el de la más complicada especia animal no
humana” (Salvador
Giner: Sociología. Península, 1996).
(22)
RAWLS, John: Teoría de la Justicia (trad. Cast. Ed. Fondo de
Cultura Económica, 1993).
(23)
“Toda
actividad política se justifica por un progreso, cualquiera
que sea. No hay entrada, por
consiguiente, para una política que pretenda dejar las cosas
como están” (Benet, Juan: Páginas
impares. Alfaguara, Madrid, pág. 123).
(24)SPINOZA,
Baruch: Tratado teológico-político (trad. Cast. Ed. Alianza,
Madrid, 1986) y, del mismo
autor, Tratado político (trad. Cast. Ed. Tecnos, Madrid,
1983).
(25)
Con este término J. M. Bermudo, en su obra Filosofía
Política, (vol. I; ed. Serbal, 2001) alude a la
necesidad que compete a los sistemas democráticos de
argumentar interpersonal y razonadamente el
quehacer político.