Podemos dejar el argumento en lo siguiente: una mujer
(Charo López) vuelve a España, tras haber vivido en Alemania el exilio
con sus padres, con motivo de la muerte de su madre. Está separada de su
marido alemán y tiene una hija. Se tiene que hacer cargo de los asuntos
que dejó su madre. El regreso a los lugares de su infancia llevará
consigo el descubrimiento de una serie de cambios que no siempre
responderán, ni mucho menos, a lo que habían sido las ilusiones de toda
una generación. La película habla de encuentros y desencuentros, de idas
y venidas, de ilusiones rotas, de pérdidas constantes. El hilo conductor
de toda la película es la traducción que la protagonista hace de la obra
“Hyperion” de Hölderlin, uno de los poetas más representativos del
romanticismo alemán.
Bajo un argumento aparentemente sencillo, Basilio
Martín Patino realiza posiblemente su obra más personal. En el film se
produce una visión retrospectiva y autobiográfica del propio Patino,
autorretratratado éste en el personaje de Charo López, cuyo nombre no se
dice en el film, pero a la que llamaremos Berta, ya que la película
parece la continuación de Nueve cartas a Berta, realizada por Patino en
el año de 1965.
A pesar de la diferencia cronológica entre las dos
películas y un tiempo importante sin la presencia de Martín Patino en la
escena cinematográfica española, tiempo en el que se había dedicado a
experimentar con el video y otros medios audiovisuales. Regresó con una
película intimista y de indagación interior del propio director. Con una
dinámica muy lenta y una espléndida recreación del entorno, se tocan
temas diversos como la soledad, el amor, la añoranza, la decadencia, el
paso del tiempo que nada perdona, la amistad y sobre todo de la muerte.
La película fue muy bien acogida por la crítica y en
ella se quiso ver desde el principio la reivindicación
de un cine regionalista castellano, al resaltarse en
ella aspectos propios de esta tierra, opinión reforzada
por la importante inversión que realizó sobre el film la
Junta de Castilla y León. Esta buena acogida de la
crítica no lo fue tanto para un público acomodado al
cine más comercial y menos acostumbrado a ver cine de
autor de desarrollo más lento y carácter más intimista.
No obstante, el resultado es una buena cinta cuyo éxito
radica, en parte, en el espectacular equipo del que se
rodeó Basilio Martín Patino para realizar la obra. Empezando por el sector
interpretativo aparecen figuras como Charo López, Alfredo Landa, Paco
Rabalo el siempre magnífico Juan Diego, pero también
supo Martín Patino
dar un papel a gente anónima de Toro. En cuanto al aspecto técnico supo
el director rodearse de uno de los mejores directores de fotografía del
cine español como lo es Jose Luis Alcaine, que ya había trabajado con
gran nivel a las órdenes de Patino en Canciones para después de una
guerra y con éxito en El Espíritu de la Colmena y El Sur de Víctor
Erice. A la producción Jose Luis García Sánchez para La Linterna Mágica.
Por último, el aspecto musical es formidable el trabajo de Carmelo
Bernaola, que utiliza tanto piezas de Bach o Scarlatti como canción
popular (varias veces en la película suena El Bolero de Algodre).
Esto en cuanto a los aspectos más prácticos de la
película pero es a la lectura e interpretación del film donde hay que
acudir para entrar en esa visión personal del realizador. Presentes
están las constantes de la obra de Patino: la ruptura constante de la
narración, la elipsis como elemento fundamental de la misma, alusión a
las Españas enfrentadas y a tiempos entremezclándose continuamente, la
presencia de personajes reales, la lucha por alcanzar la libertad y la
identificación del protagonista con el propio director. Esa libertad de
Martín Patino está en la película y en la propia vida de Patino
Es una película con escenas de gran emoción como por
ejemplo la llegada de Berta a su pueblo encontrándose con una casa
apuntalada, lo que a su vez incide profundamente en la soledad del
personaje. Y son esos los temas principales en los que incide la
película: por un lado la soledad, donde incide con importancia desde el
principio, cuando la protagonista llega a su ciudad natal y se suceden
los planos de las calles, las gentes, el ambiente del lugar y el
silencio. Es ese silencio lo que nos transmite toda la tónica general de
la película, el trasfondo de Berta en el que se refleja el autor. Ese
silencio sólo está roto en estas ocasiones por las narraciones de Berta
de fragmentos del Hyperion de Hölderlin, libro que se dedicaba a
traducir…retrata la soledad y la frialdad de esta tierra y se retrató
Martín Patino él mismo.
Y por otro lado la muerte, presente en toda la
película y materializada en la madre de Berta, razón por la que ésta
tuvo que volver de Alemania. Quizá en la película de Patino que más
presente está la muerte de una manera más real es en Queridísimos
Verdugos de 1973 pero es en Los Paraísos Perdidos donde esa
idea de la muerte está más sugerida pero con un trasfondo más profundo.
Concretamos: aparece la enfermedad y posterior muerte de su madre en una
escena tensa donde el cadáver está presente junto a la estética Berta
que está escondida tras sus gafas, tomado en un buen contrapicado que
transmite todo el dolor del momento; la muerte de un anciano, sugerida
por la llegada al hospital de una ambulancia; y la escena de la matanza
del cerdo. Cada momento asociado a la muerte viene precedido en la
película por un momento más agradable. En resumen, la muerte colma las
aspiraciones del personaje central, lo que le hace rehacer la vida
continuamente.
A través de la localización realiza un homenaje a una
tierra que le vio crecer, Castilla representada en Toro.
Aparecen sus calles, sus monumentos, sus gentes y sus
costumbres.
Es significativo
cuando Benito (Alfredo Landa) en la secuencia del baile dice que “nada
nos cambia”, reflejando el sentir del Patino sobre la situación de
conformismo en la que se encontraba España en esa época. Se podría
pensar que un director que había trabajado tan intensa como lúcidamente
al margen del régimen anterior encontraría facilidades para continuar su
labor en las nuevas condiciones. Pero Patino prefirió dedicarse a la
experimentación con los materiales nuevos como el vídeo, mostrando así
su rechazo al cine que surge en la transición repleto de temas tabú
prohibidos por la censura. Como consecuencia de la saturación de este
cine aparece la llamada Ley Miró, una serie de reformas introducidas por
la Directora General de Cine, Pilar Miró. Esto facilitó la vuelta de
Martín Patino y de otros de los grandes directores de épocas anteriores.
Así vuelve el director a la realización de cine “puro”, a partir de un
argumento propio. Es una obra de madurez, estrechamente vinculada a las
preocupaciones fundamentales de su autor que encontró una buena acogida,
pero que no fue suficiente para superar las reticencias de Patino frente
a la industria.
No alargamos más el artículo, sólo pretendemos dar
una interpretación sobre una película realizada en su mayor parte en
nuestra ciudad, que la gente recuerda por la calle, unas calles tan bien
reflejadas por Basilio Martín Patino en el film. Y desde estas líneas
animo también a la gente que aún no haya tenido la oportunidad de verla,
a que lo haga*.
*
El DVD de la película se encuentra en la fonoteca de la Casa de
Cultura de Toro