Esto de las relaciones tiene su miga. Se trata de echar
unos versos en público. Con ellos se van contando sucesos del
vecindario o de los amigos. Hay que tener buena memoria y mucha
calma para que las estrofas salgan claras. Pero sobre todo hay que
tener capacidad de observación y picardía. De lo primero porque se
han de contar sucesos acaecidos durante el año, a los amigos o en el
vecindario. De lo segundo porque han de ser contados sin decir
maldad, pero evocando con simpatía los sucesos acaecidos. Y ocurre
muchas veces que las alusiones sólo pueden ser plenamente entendidas
por los vecinos que están en la trama.
El encargado de echar la relación ha de ser un quinto,
es decir, el joven que entraba en la tanda de levas del ejército. Y,
aunque ha desaparecido el servicio militar, sigue siendo la juventud
quien se encarga de mantener la fiesta en la que se echan estas
relaciones.
Aunque se cuenten cosas de la comunidad, el
protagonista final de la relación acaba siendo el mismo quinto, cuya tontuna
juvenil está simbolizada en el gallo que después se correrá y
sacrificará. Este pagará los disparates cometidos, convirtiéndose en
el plato principal de un banquete que han de cocinar las madres.
En las relaciones también se habla de mozas, o de la
obligación de servir a la patria, y nunca han de faltar el saludo a
las autoridades y la petición de buena voluntad. Los sucesos del
año, y los saludos que se lancen, han de ser bien hilvanados; pero
este oficio no se le da bien a todos. Por eso se echa mano de los
paisanos que tienen esa facilidad, la de enhebrar versos con soltura
y evocar los sucesos sin que se pierda el argumento. Año tras año se
acude a ellos para que preparen, por encargo, la relación que el
correspondiente quinto va a echar.
La costumbre es bien antigua, tanto que ya era
tradicional entre los primitivos romanos, en versos que llamaban
fescemini. Y entonces, como ahora, habían de tomarse a bien las
solfas de los que salían a relucir con dicha ocasión. Es una gran
tradición que revitaliza la vida social, que promueve el buen humor
y la benevolencia; y que se ha mantenido ininterrumpida durante dos
milenios largos que se sepa, por encima de calamidades y guerras,
que muchas veces también han salido mencionadas en los versos.
Pero es hora de probar la experiencia de recitar una
relación, y de seguir el argumento y, si se tercia, de localizar a
los protagonistas o el recuerdo del suceso. Y de paso rendiremos
homenaje a uno de los artistas poetas a los que los quintos
acudieron durante más de medio siglo, al paisano José Martín
Rodríguez, vecino de Peleagonzalo desde el año que él confesó así:
Mil novecientos veintiuno
fue el año que yo nací
y he contado uno por uno
hasta que he llegado aquí.
De las muchas relaciones un fragmento servirá para
comprobar su buen hacer. Queda para otra ocasión la memorable
relación que preparó para la fiesta de quintos del martes de
carnaval, primero que se celebró tras la Guerra Civil, el seis de
febrero de 1941. Relación que fue en forma de diálogo, cosa inusual
y muy curiosa.
El que ahora, con permiso, vas a leer es del año 1950,
para el quinto Miguel Martín Rodríguez que, ya avanzada la relación,
se metía en estas profundidades: habla de sí a los demás, le habla a
ella ante todos y nos presenta al gallo campeón, que no es sino él
por las tabernas. Todo un alarde de inspiración; y de ese buen
oficio teatral que exige complicidad. José Martín Rodríguez lo
tiene, saboréenlo ustedes: