CAMBIOS DE LA ENSEÑANZA EN ESPAÑA DURANTE EL SIGLO
XX
Saturnina Lorenzo García
Estamos asistiendo a un fenómeno de violencia en los centros
escolares que adquiere cada vez mayores proporciones extendiéndose a
mayor número de centros. Es una situación preocupante para alumnos,
padres y profesores que no saben o no pueden resolver. Ante ello creo
conveniente recordar los cambios que ha sufrido la enseñanza en España
durante el siglo XX, por si de ello podemos sacar conclusiones que
ayuden a restablecer el orden en los centros escolares. Voy a referirme
a la enseñanza en España como yo la he vivido: como alumna primero; como
profesora después y finalmente como la veo ahora desde mi situación de
jubilada.
Como
alumna
Nací en 1923. Mi primer contacto con la escuela fue
en la clase de párvulos en la Fundación González Allende de la que
conservo gratos recuerdos. Era una escuela laica, allí no se daba clase
de Religión de forma oficial, ni se rezaba al empezar o terminar las
clases, lo que no impedía que saliéramos del parvulario habiendo
aprendido las primeras oraciones y sabiendo los deberes de todo buen
cristiano. Recuerdo que al final de la tarde del sábado la maestra
preguntaba: “¿qué es mañana?”. Contestábamos: “Domingo”. Seguía
preguntando la maestra “¿Dónde van las niñas buenas el domingo?” “A misa
y a la doctrina”
contestábamos nosotras. Era un simple recordatorio,
que no implicaba imposición. Es algo que yo considero positivo.
Información si. Imposición no. Es frecuente el deseo de rechazar
aquello que nos imponen.
Era una escuela graduada mixta a la que asistíamos
niños y niñas. A las clases de las materias comunes: Matemáticas,
Gramática, Geografía... íbamos juntos niños y niñas. Pero se cursaban
también otras enseñanzas que por considerarse propias del sexo masculino
eran solo para niños: imprenta, encuadernación, jardinería... y otras
más adecuadas al sexo femenino: Costura, Labores del hogar... que eran
sólo para niñas. Finalizado el horario escolar, niños y niñas recibían
juntos clases de música. También fuera del horario escolar (tarde,
noche) se impartían clases complementarias: Taquigrafía, mecanografía,
francés... para aquellas personas que deseaban ampliar los conocimientos
adquiridos durante el periodo escolar.
Se editaba un periódico escolar “Pepito Allende” en
el que colaborábamos todos los alumnos del centro, desde párvulos a
complementarias.
Para mi mente infantil, aquella escuela, era lo mejor
del mundo. Aún ahora después de una larga vida dedicada a la enseñanza,
sigo considerándola una escuela modélica. ¡Lástima que un valor cultural
tan importante se haya perdido por completo!
Las escuelas estatales que entonces había en Toro y que se
llamaban escuelas publicas eran Escuelas Graduadas, las de niñas
atendidas por maestras y las de niños atendidas por maestros. Había
además dos colegios privados religiosos; uno de niñas atendido por
religiosas del Amor de Dios y otro de niños atendido por los Padres
Escolapios. Había niños que abandonaban la escuela a temprana edad para
ayudar con su trabajo a soportar los gastos familiares, pues en aquellos
tiempos de miseria, los escasos jornales de los padres no cubrían los
gastos indispensables para mantener la familia. Entonces se decía: “el
trabajo de un niño es poco y quien lo desprecia es loco”. En Allende
los alumnos normalmente cursaban la enseñanza primaria completa porque
se quedaban a comer en el Centro Escolar. Ello suponía un alivio para
las madres que trabajaban fuera del hogar con la seguridad de que sus
hijos estaban bien alimentados, ya que el médico escolar don Manuel
Calvo Alba (Don Manolo) se preocupaban de que el menú fuera adecuado
para los niños. Además en el reconocimiento médico que cada curso se
hacía a los alumnos, se recomendaba la asistencia a la colonia de verano
en Santander a aquellos alumnos a los que les convenía tomar baños de
mar. Si pertenecían a familias económicamente débiles la estancia en la
colonia era totalmente gratuita y los que tenían medios económicos
pagaban el viaje y la estancia.
Yo creo, que la enseñanza infantil y primaria en Toro estaba
bien atendida; pero no en todos los lugares de España gozaban de
situación tan privilegiada.
El 14 de abril de 1931 se proclamó en España la Segunda
República. El Gobierno de la República se encontró con un país en el que
32% de sus habitantes eran analfabetos y con una necesidad de escuelas
que se cifraba en 32.000. El problema no era sólo, con ser muy
importante, el construir nuevas escuelas; lo principal era dotarlas de
los maestros necesarios y adecuadamente preparados para abrir las mentes
infantiles a horizontes prácticamente ignorados hasta entonces en
España.
La República demostró desde el
primer momento un interés especial por la educación y esto es explicable
porque sí se quería construir un país tolerante, libre y democrático
había que empezar por rescatar a sus ciudadanos del analfabetismo y la
ignorancia; dos lacras que junto a la pobreza venían marcando
negativamente al pueblo español.
El 9 de diciembre de 1931 se aprobó la Constitución,
en la que el artículo 48 decía[1]:
El servicio de la cultura es atribución del Estado y lo prestará en
instituciones educativas enlazadas por el sistema de la escuela
unificada.
La enseñanza primaria será gratuita y obligatoria.
Los maestros, profesores y catedráticos de la
enseñanza oficial son funcionarios públicos. La libertad de cátedra
queda reconocida y garantizada.
La República legislará en el sentido de facilitar a
los españoles económicamente necesitados el acceso a todos los grados de
enseñanza, a fin de que no se hallen condicionados más que por aptitud y
la vocación.
La enseñanza será laica, hará del trabajo el eje de su
actividad metodológica y se inspirará en ideales de solidaridad humana.
Se reconoce a las Iglesias el derecho sujeto a la inspección
del Estado de enseñar sus respectivas doctrinas en sus propios
establecimientos.
Toda la actividad desplegada por los reformadores
republicanos se dirigió fundamentalmente a la Escuela Primaria
convencidos de que era pilar básico. Es significativo que en los cinco
años de gobierno republicano se crearon tres veces más escuelas que en
los 30 años anteriores. No sólo se crearon plazas de maestros y se
mejoraron sus retribuciones, sino que dio un avance considerable en su
formación. Para ello se aprobó la reforma de las Escuelas Normales,
estableciendo tres periodos en la formación de los maestros: 1º
cultural exigiendo el Bachillerato para acceder a la Escuela Normal;
2º profesional cursando tres años en la Escuela Normal; y 3º
periodo de prácticas durante un curso en una escuela primaria
nacional bajo la dirección del profesorado de la Normal y la Inspección.
Con ello la formación de los maestros alcanzó un alto nivel de exigencia
y rigor que colocó a España a la cabeza de los países mas adelantados
del mundo en materia de enseñanza.
Además, con el fin de que la cultura llegase a los lugares mas apartados
de España se crearon las Misiones Pedagógicas en las que maestros bien
preparados eran encargados de difundir en aldeas y villas la cultura
general, la moderna ordenación docente y la educación ciudadana.
En Octubre de 1933 el Ministerio de Instrucción Pública en
colaboración con Diputaciones y Ayuntamientos creó 20 institutos
Nacionales y 38 institutos Elementales, uno de ellos en Toro: el
Instituto Elemental “Fray Diego de Deza” ubicado en el Palacio de
los Condes de Requena en la calle Concepción, edificio propiedad del
Ayuntamiento, anteriormente ocupado por los padres Escolapios, que se
trasladaron al palacio del Obispo en la plaza de Santo Domingo.
En el Instituto Elemental de Enseñanza Media Fray Diego de
Deza realicé las pruebas de ingreso en 1933 y comencé el Bachillerato
por el plan de 1932 que se llamó plan moderno para diferenciarlo del que
estaba en vigor que se llamó plan antiguo.
El plan antiguo constaba de seis cursos. Los alumnos que ya
estaban cursando el Bachillerato siguieron por el mismo plan y daban
opción a acogerse al plan antiguo a quienes aprobaran el examen de
ingreso con 12 años cumplidos.
El plan moderno, que yo cursé, constaba de siete cursos con
una reválida al final de todas las materias cursadas. En sexto curso
teníamos agricultura y en séptimo zootecnia, asignaturas que no
figuraban en el plan antiguo. Los exámenes de Reválida (llamado examen
de Estado) se realizaban en la Universidad de Salamanca y constaban de
dos partes. Primero un examen escrito en tres sesiones: Una traducción
de latín, la resolución de un problema de matemáticas y un comentario de
texto. Si se aprobaba el examen escrito se pasaba al examen oral ante
dos tribunales. Uno de Ciencias y otro de Letras. En el de Ciencias las
preguntas se referían a Matemáticas, Ciencias Naturales, Física y
Química, Agricultura y Zootecnia. En el tribunal de letras entraban las
siguientes asignaturas: Religión, Filosofía, Lengua y Literatura...
Aquellos alumnos que habiendo aprobado el examen escrito
suspendían el oral, suspendían la Reválida completa y en la siguiente
convocatoria tenían que empezar de nuevo por el examen escrito.
En mi opinión este Bachillerato del plan de 1932 era
completo, porque proporcionaba a los alumnos los conocimientos
necesarios para poder seguir cualquier carrera superior.
En el Instituto Fray Diego de Deza la enseñanza era mixta.
Para mí, que venía de una Escuela Primaria mixta no supuso ningún
cambio. En cuanto a los alumnos que procedían de escuelas unitarias
consideraron positivo que en las clases hubiera chicos y chicas ya que
ello era un estímulo para estudiar más. Mientras el Instituto estuvo
ubicado en el Palacio de los Condes de Requena funcionó normalmente: los
profesores poseían la titulación adecuada y los alumnos deseos de
aprender.
En el verano de 1936 estalló la guerra civil. Los Escolapios
volvieron al edificio del que salieron en 1931 y el Instituto pasó al
edificio que González Allende tenía en las eras de Malpique. Aquel año
todo funcionó mal. De los profesores que habíamos tenido anteriormente,
algunos no volvieron. Se procuró sustituirlos de la mejor forma posible.
Se encargaron de las clases personas no capacitadas para la enseñanza,
incluso algunas sin ninguna titulación. La disciplina escolar se
deterioró y se perdió el interés por los estudios. Cuando terminó el
curso, como los profesores que habían impartido las clases no tenían
titulación necesaria para realizar los exámenes, vinieron profesores de
otro instituto a examinarnos y el resultado fue desastroso. Pocos
aprobamos el curso completo. Aquel fue el último año del instituto en
Toro pues en el verano lo quitaron y se produjo la desbandada de
alumnos. Muchos dejaron de estudiar y los que seguimos estudiando nos
repartimos en distintos centros. Algunos fuimos a Zamora al Instituto
Claudio Moyano y los que siguieron estudiando en Toro, las niñas fueron
al Amor de Dios y los niños a los Escolapios.
Yo, después de un curso en el Claudio Moyano, regresé a Toro
y terminé el Bachillerato en el Colegio del Amor de Dios. Allí el
profesorado no tenía la preparación adecuada para impartir clases de
Bachillerato pero esta deficiencia se suplía con un mayor tiempo de
estudios vigilados.
En cuanto a los exámenes se realizaban en el mismo centro,
porque el Colegio Oficial de Doctores y Licenciados en Filosofía y
Letras y en Ciencias, autorizaba a dos licenciados, uno en Letras y otro
en Ciencias, para calificar a los alumnos de los centros privados del
correspondiente distrito universitario.
Cuando aprobé la Reválida me matriculé en la Facultad de
Ciencias, Sección de Químicas de la Universidad de Salamanca. Aquí
tampoco el profesorado era idóneo para impartir las asignaturas
correspondientes. Había pocos catedráticos; la mayoría eran Profesores
Auxiliares, otros interinos. Las prácticas de laboratorio eran atendidas
por alumnos de los últimos cursos. En Química Orgánica había
catedrático, pero residía en Galicia porque era Director de unos
laboratorios allí ubicados. Dejaba las clases a cargo de un Profesor
Auxiliar que explicaba las clases a su manera, de forma bien distinta a
como explicaba el catedrático, por ello algunos alumnos no asistían a
clase y los que asistíamos complementábamos las explicaciones del
profesor consultando libros. Cuando venía el catedrático explicaba
durante varios días y volvía a marcharse. Durante el primer curso de
Química Orgánica vino exactamente dos veces. Entonces se llenaba el aula
completamente porque explicaba muy bien. Al final del curso vino a
realizar los exámenes y exigió un nivel de conocimientos como si hubiera
impartido él las clases durante todo el curso.
Al terminar el examen, a los alumnos que, en su opinión, no
habían alcanzado el nivel de conocimientos suficiente les devolvía la
papeleta diciéndoles: “nos volveremos a ver en septiembre ¿de acuerdo?”
Y a los pocos que superamos el examen nos dijo: “Feliz verano”.
El descalabro sufrido por los alumnos en esta asignatura no
fue achacable a los alumnos solamente. En parte fue debido a que el
profesorado que impartió algunas asignaturas accedió a su puesto de
trabajo por méritos ajenos a la docencia. Fue la consecuencia de que los
sublevados emprendieron una feroz represión sobre los profesionales de
la enseñanza. Fueron muchos, muchísimos profesores (maestros y
catedráticos) represaliados: unos destituidos de sus cargos y otros – lo
que es aún peor – eliminados físicamente. Asesinados. Y muchos libros
fueron destruidos, con el fin de eliminar aquellos medios de cultura que
la segunda República Española intentó implantar en España para luchar
contra el analfabetismo y la miseria.
Muchos años después, a finales de la década de 1970, un
compañero mío, profesor joven que había ampliado estudios en
universidades extranjeras me decía: “Es lamentable que para enterarnos
de lo que hizo el gobierno de la Segunda República Española tengamos que
salir de España”. Y en referencia a la enseñanza afirmaba; “De haber
seguido el ritmo del impulso dado a la enseñanza por la Segunda
República, estaríamos ahora en España a años luz por delante de las
naciones mas avanzadas en Ciencia y Tecnología”.
Como profesora
Cuando terminé la carrera busqué trabajo. Aunque
hacía casi una década que había terminado la guerra, los puestos de
trabajo dependientes de la Administración -me estoy refiriendo a la
enseñanza– estaban ocupados por personas que habían accedido a ellos por
méritos no relacionados con la docencia sino, más bien, por la
trayectoria de su actuación durante la guerra civil. Lógicamente el
nivel de conocimientos de los alumnos descendía y aquellos cuyo nivel
económico se lo permitía buscaban el apoyo de clases particulares. Ese
fue mi primer trabajo.
Entonces se promulgó una ley -llamada de la enseñanza por
pares de licenciados- según la cual se autorizaba a cada par de
licenciados, uno de Ciencias y otro de Letras, impartir clases de
Bachillerato y calificar a los alumnos. Me fui a Galicia y allí impartí
clases de Bachillerato en colaboración con otro Licenciado en Letras.
Durante el verano en Toro daba clases particulares en mi casa, con ello
obtenía unos ingresos que, aunque inferiores a los de los profesores
estatales, eran suficientes para vivir dignamente.
La preparación de los alumnos seguía siendo deficiente y
hubo que suavizar las pruebas de acceso a la Universidad. En la Reválida
de 7º (Examen de Estado) ahora si se aprobaba el escrito y se suspendía
el oral, se daba por válido el aprobado del primero y en la próxima
convocatoria solo había que superar el examen oral. Algunos años
después, del Bachillerato de 7 cursos se pasó a otro de 6 con una
reválida al terminar el 4º curso que si se aprobaba se obtenía el título
de Bachiller Elemental que daba acceso a carreras de grado medio. A los
dos cursos restantes 5º y 6º se añadió otro llamado Preuniversitario,
que tenía como objetivo preparar a los alumnos para seguir carreras
universitarias. Era un curso que contenía materias de alto nivel por lo
que eran bastantes los alumnos que no lo superaban. De nuevo otra
reforma a la baja: El Preuniversitario se sustituyó por el C.O.U. (Curso
de Orientación Universitaria) mucho más suave. Después de aprobar el
Preu o el C.O.U. había que superar el examen de Selectividad para
acceder a la Universidad.
Durante el tiempo que estas reformas se fueron produciendo,
a los centros educativos privados se les fue exigiendo mayor número de
profesores licenciados. Entonces me vine de Galicia y empecé a trabajar
en los centros privados de Bachillerato que había en Toro: uno de niñas
y otro de niños, complementando mi horario de trabajo en el Centro de
Iniciación Profesional recientemente inaugurado en Toro, donde impartí
clases de Física y Química. Algunos años después en el Seminario Menor
de Toro decidieron que los alumnos cursaran Bachillerato, como
complemento a su formación para el sacerdocio. Hube de ampliar mi
horario de trabajo para explicar allí Física y Química.
Cuando en 1969 empezó a funcionar el Instituto de
Bachillerato “Cardenal Pardo de Tavera” dejé los centros privados y pasé
a impartir clases en el Instituto donde permanecí cinco cursos.
También hubo variaciones en la Escuela Primaria.
Durante la guerra civil no admitieron nuevos alumnos en la
Escuela Normal. Sólo los que estaban cursando estudios de Magisterio
siguieron hasta terminar la carrera. No salieron promociones de nuevos
maestros en algunos años.
Debido a los premios a la natalidad y las ayudas a las
familias numerosas que concedió Franco la población infantil aumentó. Es
lo que se llamó el “baby-boom”. Se necesitaban maestras para atender la
Enseñanza Infantil y Primaria. Entonces se estableció un plan de
Magisterio conocido como “plan relámpago”, al que se podía acceder con
el título de Bachiller Superior obtenido al aprobar la Revalida de 7º y
consistía en aprobar las asignaturas específicas de Magisterio no
contenidas en el Bachillerato, lo que podía conseguirse en una
convocatoria o dos. Esto duró poco. Fue una solución de emergencia.
Después la Escuela Normal volvió a impartir clases para la formación de
maestros. Se exigía para ingresar en la Escuela Normal el título de
Bachiller Elemental (Revalida de 4º). Evidentemente también descendió la
preparación de los maestros.
Poco a poco muchos centros de Enseñanza Primaria tanto
estatales como privados que habían sido escuelas unitarias, pasaron a
escuelas mixtas asistiendo a las clases niños y niñas. Algo que yo
considero positivo.
Otros cambios en la Escuela Primaria afectaban más a la
nomenclatura que a la propia materia objeto de la enseñanza: La escuela
de Párvulos pasó a llamarse Preescolar. Lo que se había designado como
Primaria se llamó Educación General Básica E.G.B. y la Escuela Normal
pasó a llamarse Colegio Universitario para la formación del Profesorado
de Educación General Básica. Las escuelas estatales, que antes se
llamaban Escuelas Nacionales, pasaron a llamarse Colegios Públicos.
En junio de 1975 aprobé oposiciones al Profesorado de E.G.B.
donde he ejercitado hasta mi jubilación, pasando por distintas escuelas:
Dos cursos en San Miguel del Valle (Zamora) en una escuela mixta con
niños y niñas de primero hasta cuarto de E.G.B.; cinco cursos en Zamora
en el Colegio Público de niñas “Nuestra señora de la Concha”; dos cursos
en Getafe (Madrid) en el colegio Público mixto “León Felipe” desde donde
volví a Zamora al Colegio Público mixto “San Fernando” hasta que me
jubilé el 31 de agosto de 1989.
Finalmente debo hacer mención a los centros de Formación
Profesional que fueron en aumento ofreciendo cada vez mayor abanico de
especialidades. En estos centros han cursado estudios alumnos que al
terminar, unos encontraban trabajo en empresas, otros trabajaban como
autónomos en la especialidad elegida y algunos adquirieron la formación
necesaria para seguir carreras de Ingeniería Superior.
Como jubilada
Ahora ya no estoy en contacto con los escolares, pero
como dediqué parte de mi vida a la enseñanza me sigue interesando el
tema y suelo hablar con algunos de mis antiguos alumnos que ahora
ejercen de profesores en distintos niveles. Por lo que me cuentan,
pienso que tuve la suerte de ejercer la docencia en unos años en los que
los alumnos eran mas respetuosos con los profesores y la tarea de
enseñar era gratificante.
Siempre hubo problemas pero solían resolverse sin trascender
fuera, con frecuencia entre los padres y profesores de los alumnos
afectados en presencia del Director del Centro. Ahora la indisciplina ha
ido en aumento. Los medios de comunicación nos informan con demasiada
frecuencia de sucesos que nunca deberían haberse producido en el recinto
escolar. Es cierto que la pubertad es una edad de rebeldía y resulta
difícil para padres y profesores entender algunas reacciones de los
adolescentes. No es mi intención ofrecer normas para evitar situaciones
no deseadas. Antes la enseñanza y la educación era tarea exclusivamente
de los profesores. Ahora son muchas las personas que participan en ello.
Cada centro tiene su Asociación de Madres y Padres de alumnos (A.M.P.A.),
pero estas asociaciones ¿cumplen realmente su misión? A veces pienso -no
sé si estaré equivocada- que dan prioridad a la defensa de los derechos
de sus hijos sobre la colaboración con los profesores.
En el centro de Adultos “López Cobos” que hay en Toro,
evidentemente no hay A.M.P.A. pero si una asociación de Alumnos que
colabora con los profesores y la tarea educativa es satisfactoria. A
este centro pueden asistir todas las personas que habiendo superado la
edad de la enseñanza obligatoria quieren seguir adquiriendo nuevos
conocimientos porque su oferta cultural es muy variada. Los jóvenes que
durante la etapa de escolarización obligatoria no consiguieron niveles
exigidos en E.G.B. son atendidos en el aula de Garantía Social donde
aprenden Carpintería alternando con materias propias de E.G.B. Con ello
el trabajo escolar les resulta más agradable y terminan con algún
retraso alcanzando el nivel de conocimientos que se negaron a adquirir
durante su etapa de escolaridad obligatoria.
Últimamente la violencia que va invadiendo todos los ámbitos de la
sociedad ha llegado a las aulas. Es urgente que todos los implicados en
la enseñanza, profesores, alumnos y padres trabajen unidos para
erradicar de los centros escolares todo tipo de violencia.
[1]
Sugiero a los lectores que lean el artículo 27 de nuestra actual
constitución española de 29 de diciembre de 1978 y comparen.