REVISTA PROCULTO Nº 1

AÑO 2.005


LA ASOCIACIÓN

 

CULTURA.

Saturnina Lorenzo García

¿QUÉ ES PROCULTO?                             Cándido Ruiz González
 
ACTIVIDADES 2.005
 

 

DE LO NUESTRO

 

EN TORNO AL NOMBRE DE TORO.   Augusto Rodríguez Samaniego

 

LA VIDA DE DELHY CONTADA A SÍ MISMA POR ELLA MISMA.                       Juan Carlos González Ferrero

 

EL SACRIFICIO DE ALGUNOS, DISFRUTE DE MUCHOS.                                           Fernando Ruiz González

 

TORO, TORO.                                               Carlos Gallego Gutiérrez

 

FERNANDO III EL SANTO Y SU RELACIÓN CON TORO.                                                         Jenaro Costas Rodríguez

 
EL AGUA DE AYER.                                        Teo Alonso
 

NCIDENCIA EN LA PROVINCIA DE ZAMORA DEL TERREMOTO DE 1755 DE LISBOA.                                                              María Ángeles Martín Ferrero

 
DE LO DE TODOS

 

A PROPÓSITO DE LA ENSEÑANZA.    Carmen Sánchez Sánchez

 

LOS SÉPTIMOS ARTES.                                José Lorenzo Sevillano Rodríguez

 

LA UNIÓN EUROPEA AL DÍA DE HOY.      Leo Rodríguez

 

 LOS CELTAS: MITO Y REALIDAD.               Rubén Pérez Sánchez

 
LA INMIGRACIÓN.                                        Antonio Jesús Martín de Lera
REFLEXIONES SOBRE LA INMIGRACIÓN. Leo Rodríguez
 
ALIMENTOS ECOLÓGICOS.                  Roberto Carazo Álvarez
 

EL RINCÓN DE LA LITERATURA

 

EL PLACER DE LA LECTURA.                 Virgilio Gitrama Calleja

 

EL RINCÓN DE LA FOTOGRAFÍA

LLAMADORES DE TORO.                            Antonio Berián Manteca

   

EN TORNO AL NOMBRE DE TORO

Augusto Rodríguez Samaniego

 

               En toda publicación de tipo local suele incluirse una sección dedicada a la exposición de aspectos y problemas históricos propios de la comunidad a la que va dirigida; en nuestra revista esa sección no puede faltar, y nada mejor que incluir en ella la exposición de temas tan interesantes como los de los propios precedentes y razón de la denominación de la Ciudad. Últimamente han sido publicados algunos trabajos que actualizan los conocimientos sobre tales problemas, pero, a riesgo de ser  reiterativo, estimo interesante presentar un (casi esquematizado) resumen del estado de las cuestiones sobre los mismos, sin un pronunciamiento en concreto que pretenda ser una solución definitiva (por ahora inviable), aunque si apuntar una posibilidad lógica, no exenta de esa imaginación que el historiador Contenau consideraba necesaria como agente coordinador de hechos, y las gentes exigen como imprescindible (y casi patrimonio del subconsciente colectivo) cuando de los orígenes del grupo se trata.

              El antiguo oppidum vacceo que las fuentes denominan Arbucala (Pol. III, 14 y Liv. XXI, 5), Albecera (Rav. 312, 20) o Albocela (Pool. II, 6, 49 e Itin. Antnº. 434, 7), y que el Itinerario Antonino sitúa en la calzada de Emérita Augusta (Mérida) a Cesaraugusta (Zaragoza), en la derivación o vía de Oceloduri, y entre ésta y Amalobriga (identificadas como Zamora y Torrelobatón respectivamente), se hace coincidir en su ubicación por Madoz (según las coordenadas dadas por Ptolomeo) y Gómez Moreno (por razón de la equidistancia de Oceloduri y del trazado seguido por la calzada cesaraugustana) con Toro, identificación que aceptan en la actualidad la mayor parte de los historiadores, aunque algunos con reservas a falta de otras pruebas que vengan a completar tales cálculos sobre los textos, cuál podría ser –me permito apuntar- un examen de la toponimia, que pudiese conducir a una mayor certeza; puesto que el vocablo albo (relativo a una divinidad) aparece con alguna frecuencia (y como conservado) en nuestra comarca, así componiendo o formando parte del nombre de pueblos (Veni-albo, Villar-albo) o en la fuente del Caño Alberus (vulgamente conocida como Cañusverus, por corrupción).

              Si, aceptando los argumentos indicados, admitimos la identificación con Albocela, hemos de excluir, en razón de las propias fuentes en que los mismos se fundamentan, aquella que se pretende con otras dos poblaciones que simultáneamente constan en los textos con ubicaciones diferentes, siendo contemporáneas. Así, ni Octodorum (que indica Lafuente y propone Cuadrado –cuyo argumento, basado en Octo=Otero, también puede geográficamente aplicarse a Zamora-) u Oceloduri (Ptol. II, 6, 49 e Itin. 434, 439), mansión que cita el Antonino como situada en la calzada e Emerita a Asturica (que debe situarse cerca de El Cubo del Vino) y a la que Ptolomeo (II, 6, 49) denominara Sarabris, núcleo que H. Livermore considera identificable con la capital, de igual nombre, de los sappi (cuya conquista se atribuye a Leovigildo por J. de Biclaro), y a la vez, como algún cronista local también ha hecho, con Toro, no sin intercalar entre ambas, cronológicamente, una supuesta Villae Gothotum de época de la repoblación.

              Con la conquista romana se abre un paréntesis de oscuridad para nuestra historia local, que sólo se cierra cuando en el S. X se inicia la repoblación de los territorios hasta la línea del Duero, comenzando a figurar desde entonces la denominación correspondiente a nuestra comarca como de Tauro o de Taurum, según las fuentes (Crónica de Vampiro –al hablar de la repoblación-, el primer Fuero -1222-, inclusión en el Obispado de Astorga -916-, restitución a la sede de Zamora –S. XII-, etc.), e incluso Campis Torio, denominación que, por haberse conservado para uno de nuestros parajes hasta época relativamente reciente, aún recordarán los mayores. Es durante el transcurso de este periodo donde diversos autores han buscado el origen de la denominación actual de la Ciudad. Veamos cómo.

              Siguiendo a F. Watemberg deberíamos encontrarlo en el inicio de la última fase de la conquista romana (en torno al año 29) y en los reales del jefe del propio ejército conquistador, Statilio Tauro, quien consiguió el nada desdeñable triunfo (habida cuenta del continuo batallar de Roma contra las tribus indígenas del Norte del Duero durante siglo y medio) de establecer una cabeza de puente dentro del territorio vacceo, consolidándola y viniendo a convertirla en base inicial de operaciones, que, con Albocela (Toro) como centro y formando una punta de lanza con pequeños puestos fortificados (campamentos o castros –Castronuevo, San Pedro Latarce, Tordehumos, etc.-) sobre las líneas Sequillo-Torozos, permitirían maniobrar desde ella a la Legio X, conquistando todo el territorio vacceo y progresar hacia Asturica. La aplicación de la medida, que por sistema y debido a razones de seguridad empleaban los romanos, de desplazar aquella población de las ciudades estratégicas que eran conquistadas (a excepción de la dedicada a actividades que les eran precisas en sus planes militares, como el caso de los artesanos) hacia zonas llanas del territorio (en este caso, ¿quizás el lugar hoy llamado el Alba?), sustituyéndola por familias de soldados y otras gentes que seguían al ejército, habría dado lugar a que los nuevos ocupantes fuesen llamados “hombres de Tauro”, y a la cuña estratégica “Campo de Tauro”, denominaciones que serían conservadas más tarde, perviviendo de forma inconsciente (al igual que en diversos lugares franceses se denominarán, con motivo de la conquista de la Galia, “Campos Cesarienses”). Lo cierto es que S. Tauro regresó pronto a Roma (27 a.C.) donde recibiría los honores del triunfo; y que con posterioridad a las guerras cántabras no existe constancia de la existencia de guarnición alguna que pueda considerarse asentada de forma más o menos permanente en este territorio, limitándose los vestigios romanos a restos de fortificaciones y algunas villas del Bajo Imperio, pero en ningún caso en la propia población.

                 Al tratar la crónica Albeldense sobre Alfonso I, se dice que “invadió victorioso las ciudades de León y Astorga, poseídas por los enemigos. Asoló los campos que llaman Góticos hasta el río Duero y extendió el reino de los cristianos”, mención genérica que ha servido de base a Menéndez Pidal para derivar el origen del nombre de nuestra ciudad de “Campi Gothorum”, y a Livermore para identificar a ésta con Villae Gothorum. Lo cierto es que en la Crónica Albeldense, y sólo en ella, se denominan Campos Góticos a toda la cuenca septentrional del Duero, entre la Cordillera Cantábrica y el río, territorio que gozó de cierta autonomía política frente a cristianos y árabes entre la mitad del siglo VIII y la mitad del siglo IX, y que recibió tal nombre –según Barbero y Vigil- debido posiblemente “a que su población seguía conservando las estructuras e instituciones de la época visigoda” (al no haber sido sus habitantes asimilados por las formas islámicas), por lo que siguieron “conservando el nombre de godos, pervivencia del antiguo orden social del regnum Gothorum que daría origen a la expresión “Campos Gothicos” utilizada por el Albeldense” para aquellos territorios no sometidos según la Crónica de Alfonso III, fenómeno semejante al de Septimania, la “Gothia” carolingia, y al de la denominación de mozárabes, “lo que por otra parte no tiene significado étnico alguno, sino social”; llevándonos así a no poder aceptar la formulación de Menéndez Pidal sobre la base de un término genéricamente aplicado a una amplia región por la crónica, en función de una posible base social que (al margen de las dificultades de la propia derivación), lo hacen difícilmente reducible a un pequeño grupo o población, la más alejada, precisamente, de los que aplicaron el término para, repetimos, un amplio territorio.

               La teoría establecida por Sánchez Albornoz sobre la creación de un desierto estratégico entre la Cordillera Cantábrica y el Duero ,al inicio de la Reconquista, cuyo vacío sólo se llenaría con la expansión del reino cristiano hasta dicho río y en la subsiguiente acción repobladora, ha conducido a la conclusión de que, roto, durante aproximadamente un siglo, todo vínculo con el territorio y tradiciones anteriores, nocabría fundamentar el nombre de nuestra ciudad más que en el hallazgo, por parte de las nuevas gentes, del toro de piedra. Ahora bien, la tesis sobre despoblación por motivos estratégicos ha sido puesta en entredicho, y actualmente se reconoce por Moxó y otros historiadores, la existencia de algunos núcleos de población dispersos en la zona, más numerosos de lo generalmente admitido (como demuestran las investigaciones de Barbero y Vigil) y con autonomía política, por lo que cabría, en principio, admitir la existencia de un cierto número de habitantes en nuestra comarca, que pasarían a integrarse con la población inmigrante, en cuyo caso tal grupo podía o no conservar, de forma más o menos consciente, una tradición en torno a su origen, al igual que otros grupos lo han hecho, sin que en muchos casos (vaqueiros, maragatos, etc.) se conozca o esté claro de donde proviene su denominación y antecedentes. En el primer supuesto los repobladores se limitarían a aceptar la autodenominación del grupo indígena, sobre todo si la misma se encontraba reforzada con la vinculación a un símbolo material, como podría ser el toro de piedra, y si aceptamos como lógico que tal denominación conservada era la de “hombres de Tauro” y se estimaba por los propios indígenas (subconscientemente) relacionada con el signo externo que era la escultura (lo que es admisible desde un punto de vista sociológico), ello nos conduciría a que el área que habitaban recibiese la denominación, o la conservase, de campos de Tauro y a su núcleo central se le llamase Toro. En otro caso, de no existir tradición alguna, tendría que concluirse, como única respuesta lógica, que parece avalada por la ausencia casi total de vestigios visigodos y árabes, de que sólo el toro de piedra es causa de la denominación de la ciudad, al menos, en su actual forma.

                La clave está, pues, en la escultura del toro, pero, ¿puede ésta darnos alguna respuesta más que la simple palabra evocada por su imagen?. Pudiera ser, y desde luego bastante sugestiva, y aquí es donde entra en acción la imaginación con función coordinadora. Desde luego se trata de una imagen u objeto cultual, como se deriva del rehundido lateral y huecos para la fijación de astas, vinculada a un culto ancestral al toro, que Blázquez afirma existió, entre otras, en esta zona desde época pre-celta. Los dioses célticos revestía diverso carácter (acuático, guerrero, etc.) según los lugares de culto, teniendo, con arreglo alas poblaciones, sus propios y diferentes nombres, que les distinguían de los de su especie, dándoseles distintas formas, incluso de animales, entre ellos el toro, culto que los indoeuropeos, tras su invasión, habían aceptado (y en laesencia de algunas tradiciones se conserva hoy día en algunas regiones). El mismo autor, al igual que García Bellido, incluye en su lista de divinidades prerromanas a un dios de carácter toponímico (es decir, que recibe el nombre de la advocación de su culto y centro en que éste radica) denominada Albocelo, el que muy bien pudo revestir la forma de un toro, como otros dioses de la misma cultura, recibiendo en la ciudad su culto de los “albocelensis” citados en dos estelas halladas en la cuenca del Duero, o que nos induce a estimar que en el toro de piedra (tan traído y llevado aquí como lo ha sido él de emplazamiento en emplazamiento a lo largo de su historia) se da la conjunción de teorías expuestas sobre el antiguo asentamiento y el nombre actual, permitiendo una vinculación de conjunto que lleva a la conclusión de que, llamémosles “los de Albocelo”, “hombres de Tauro” o toresanos, sus habitantes participan en esencia de algoque les vincula desde su origen, y desde la antigüedad nuestra Ciudad ha poseído en esencia el mismo nombre, aunque bajo distintas expresiones lingüisticas, todo ello debido a esa, tan maltratada, imagen pétrea que llevaría a los repobladores a confirmarlo con un vocablo de su propia lengua.

                Cualquiera de los lectores podrá sacar su propia conclusión con arreglo a las consideraciones que hemos ido exponiendo. Por nuestra parte, sólo hemos tratado de mostrar un estado de cuestiones y sugerir una posibilidad de continua identidad esencial, que quizá algún día pueda verse confirmada sobre más sólidas bases.