REVISTA PROCULTO Nº 1

AÑO 2.005


LA ASOCIACIÓN

 

CULTURA.

Saturnina Lorenzo García

¿QUÉ ES PROCULTO?                             Cándido Ruiz González
 
ACTIVIDADES 2.005
 

 

DE LO NUESTRO

 

EN TORNO AL NOMBRE DE TORO.   Augusto Rodríguez Samaniego

 

LA VIDA DE DELHY CONTADA A SÍ MISMA POR ELLA MISMA.                       Juan Carlos González Ferrero

 

EL SACRIFICIO DE ALGUNOS, DISFRUTE DE MUCHOS.                                           Fernando Ruiz González

 

TORO, TORO.                                               Carlos Gallego Gutiérrez

 

FERNANDO III EL SANTO Y SU RELACIÓN CON TORO.                                                         Jenaro Costas Rodríguez

 
EL AGUA DE AYER.                                        Teo Alonso
 

NCIDENCIA EN LA PROVINCIA DE ZAMORA DEL TERREMOTO DE 1755 DE LISBOA.                                                              María Ángeles Martín Ferrero

 
DE LO DE TODOS

 

A PROPÓSITO DE LA ENSEÑANZA.    Carmen Sánchez Sánchez

 

LOS SÉPTIMOS ARTES.                                José Lorenzo Sevillano Rodríguez

 

LA UNIÓN EUROPEA AL DÍA DE HOY.      Leo Rodríguez

 

 LOS CELTAS: MITO Y REALIDAD.               Rubén Pérez Sánchez

 
LA INMIGRACIÓN.                                        Antonio Jesús Martín de Lera
REFLEXIONES SOBRE LA INMIGRACIÓN. Leo Rodríguez
 
ALIMENTOS ECOLÓGICOS.                  Roberto Carazo Álvarez
 

EL RINCÓN DE LA LITERATURA

 

EL PLACER DE LA LECTURA.                 Virgilio Gitrama Calleja

 

EL RINCÓN DE LA FOTOGRAFÍA

LLAMADORES DE TORO.                            Antonio Berián Manteca

 

LA VIDA DE DELHY CONTADA A SÍ MISMA POR ELLA MISMA

Juan Carlos González Ferrero

 

               El pasado mes de junio se presentó en Zamora, como parte de las actividades programadas durante la Feria del Libro, y en el marco de la Biblioteca Pública del Estado, el libro de Delhy Tejero Los cuadernines (Diarios 1936-1968) (Zamora, Diputación de Zamora, 2004). Se trata de un libro magnífico que habla de la vida de una forma distinta, radical y apasionada, de una forma verdaderamente sugestiva para gentes que, como nosotros, vivimos en tiempos de anodina tibieza intelectual. El libro aparece en una cuidada edición de M.ª Dolores Vila, sobrina de la pintora, y de Tomás Sánchez Santiago, empeñado desde hace algunos años en la tarea de colocar a Delhy en el puesto de honor que le corresponde dentro de la pintura española del siglo XX. Al cariño de M.ª Dolores y al rigor de Tomás, se suma también el mimo con que ha realizado Inés Vila –su sobrina-nieta– la delicada labor de digitalizar los abundantes dibujos con que Delhy iluminó sus cuadernines. Completa la parte gráfica del libro un interesante álbum de fotos de la pintora, con sus familiares y amigos, en los diferentes lugares y épocas en que transcurrió su vida. Por lo demás, está bien que la Diputación se gaste sus cuartos en hacer de este libro un libro exquisito, pues ello salda en parte una particular deuda que nuestra institución tiene con Delhy, a la que negó una beca para estudiar pintura. Y no está mal que le dé muerta lo que le negó viva.

              Los cuadernines contienen los 19 cuadernos o diarios en que, desde el invierno de 1933 (primera anotación de 1936) hasta el otoño de 1966, Delhy fue levantando acta de su vida, aunque más bien habría que decir de sus vivencias, pues no es tanto el día a día de su vida, como el día a día de sus vivencias, lo que en verdad le interesa. Gran parte de los cuadernines tiene su propio nombre: el de la ciudad en que se abren (“El apatronado florentino”, “El Caprese”, “El Madrileño”), el de una persona cercana en ese momento a la pintora (una modelo: “Pierrette”; un amante: “Walter”; una amiga: “Rosario”) u otro más impersonal: “Las 8 y 1/2”. Muchos presentan, también, en su primera hoja, una personal diligencia de apertura: sobre el nombre, la marca de carmín de los labios de Delhy (resultado del beso que ésta depositaba sobre él), y al lado del nombre, la gota de café evocadora de los muchos cafés (de Madrid, de París, de Florencia…) en que Delhy pasó tantas horas, y en los que fueron redactadas muchas de estas anotaciones. No constituyen Los cuadernines una autobiografía al uso por cuanto no hay en ellos preparación, revisión ni elaboración literarias. Los cuadernines pertenecen a ese tipo de escritura privada en la que el receptor es el propio emisor y el observador es lo observado: la vida de Delhy contada a sí misma por ella misma. Por no tener otro destinatario que el propio autor, este tipo de escritura cuenta, entre sus virtudes, con la sinceridad, la autenticidad, la verdad de lo que se nos está diciendo; pero en eso mismo está su tacha: no hay elaboración textual ni intencionalidad estética, y la lectura no siempre es fácil ni siempre resulta intersante. Éste no es, sin embargo, el caso de Los cuadernines de Delhy, que unen a su verdad la amenidad, frescura e interés con que se leen. Algo que se debe a un –creo yo– escasamente señalado, y, desde luego, muy poco explotado, talento literario que Delhy, sin la menor duda, tenía, y que sólo desarrolló, hasta donde yo sé, en unos cuantos cuentecillos y poco más.

                    Los editores han organizado Los cuadernines en siete capítulos, que tienen como elementos diferenciadores los lugares y épocas en que se escribieron. Pero es ésta una  división externa a la que corresponde, en realidad, a mi modo de ver, otra interna constituida por dos grandes períodos separados por un hecho que marca un punto de inflexión en la vida de Delhy: la muerte de su padre en 1943. Estas dos partes representan un crescendo y un descrecendo en su vida; pero hay que aclarar que en lo personal, porque lo que es su arte se movió siempre en un progresivo in crescendo. Cada una de estas partes son, por otro lado, muy desiguales, tanto en contenido como en el tiempo que abarcan: resulta verdaderamente llamativo observar cómo a la primera, que se refiere a una media docena de años, corresponden las ¾ partes de sus escritos, mientras que la segunda, que se extiende a lo largo de un cuarto de siglo, ocupa sólo la parte restante. Se trata de un claro indicador de que estamos ante dos Delhys: una, en la primera, que tiene intactas sus perspectivas personales, vitales y artísticas, y otra, en la segunda, que, encerrada en sí misma, empieza a estar de vuelta de todo, menos de su arte. Por eso abundan en la primera las observaciones comunes, los detalles, las anécdotas; en la segunda no: sólo vida interior y arte.

                   En la primera parte está la Delhy viajera. La Delhy de Marruecos, ebria de orientalismo, enamorada y traicionada, a la vez. La Delhy que en 1937 va a Italia huyendo de España –huida protesta que no huida cobarde–, porque no quiere formar parte del gran sinsentido que fue el horror de nuestra Guerra Civil, algo que se hará para ella aún más claro al comprobar la indiferencia con que se vive el conflicto fuera de nuestras fronteras: “¡Qué canallamente se porta el mundo con nosotros!, con todos los españoles […]. Cómo nos dejan matarnos.” Es la Delhy que encuentra en Italia, sí, unos maravillosos maestros del Renacimiento (Miguel Ángel, Rafael, Tiziano, Fra Angelico, Leonardo), pero también toda una caterva de “pancistas de macarrones” (artistas mediocres, ordinarios, sin interés) y de latinlovers de medio pelo (“o están casados o si son solteros tienen justo veinticinco años”). De Italia sólo a Capri salva (“Capri es enteramente un paraíso”), pero no sin reparos (“llamo a Capri la carnicería antropófaga porque a pesar de tanta poesía, tanta vegetación de flores, frutas y hortalizas y tantos peces de mar, sólo la carne humana es la que interesa”). Después de Italia, París (1938-1939), sobre la que no tiene la menor duda: “Es precioso París, estoy enamorada de París”. El año que vive en París es, sin duda, el más rico en experiencias de su vida: contactos con los surrealistas (participa, aunque sin demasiado convencimiento, en la exposición “Le rêve dans l’art y la litterature. De l’Antiquité au Surrealisme”, primavera de 1939); relación sentimental “avinagrata” –felicidad y tormento– con el “mordaz, cruel y brusco” Walter Bianchi, que maneja a su antojo la endeble personalidad de Delhy; aproximación al teosofismo, que la lleva a la escrupulosidad física, moral y espiritual; conocimiento directo de Picasso: “Quiero a Picasso, me gustaría haberlo conocido antes […] Pero yo aquí estaba sin entrar, como flotando”.

                 En la segunda, nos encontramos con una escritura depurada en la que sólo se da cabida a su mundo personal y a su arte. Delhy vive en este período martirizada por su exagerada propensión a la espiritualidad, a la inmaterialidad, atormentada por su enfermiza inclinación a la soledad, a la introversión, obsesionada por la edad, el escrúpulo, la muerte. A la vez, triunfa en sus exposiciones. Pero no hay en sus escritos la más leve sombra de satisfacción personal. Antes bien, prevalece la sensación de fracaso ante tanto éxito fulgurante de pintores mediocres, intrigrantes y medradores, pero que saben desenvolverse con soltura en los ambientes donde se cuecen las habas de la cultura, lo que la lleva a escribir: “Estoy harta de ver, oír y sentir lo malos que son todos los buenos pintores”; y también: “Yo llamo [a los pintores] los buenos y los malos, pero esto es para entenderme, porque malos somos todos […] Pero lo de este cuadro mío es espantoso. Me pasó lo peor de todo: le gustó a los malos.”

                  Y al fondo, como una sombra que en todo está y que es todo, asociado casi siempre a la idea de la muerte, Toro. En Marruecos, en Italia, en París: “Mira que día y noche acordándome sin cesar de Toro, con toda la gente y con sus historias y cuentos desde que era pequeña”. Con una mezcla de amor y odio, de rencor y devoción: “a pesar de ser de Toro he llegado hasta aquí”; “¡sí yo quiero a Madrid con toda mi alma! pero llevo a Toro como lastre a cuestas”. Esta presencia se traslada al lenguaje, en el que menudean los localismos (riestra, airón, chiguito, fame, cínifes) junto a diminutivos de marcado sabor regional: padrico, cuadernín, etc.

 

                  No faltan tampoco en Los cuadernines detalles humorísticos que nos revelan una Delhy menos atormentada y más risueña. Así hallamos desde greguerías (los “impermeables transparentes parecen embutidos, como el vestido no tiene mangas y se le ve la carne, pues por eso”), hasta notas de humor del absurdo (“Mira que tener que vivir siempre debajo de una gorra visera los jefes de estación”), pasando por ironías como “¡Ay, si los catalanes supieran lo que es la independencia no la pedirían!”, o burlas de sí misma (de su propio escrúpulo): “mis manos son anfibias porque están alguna vez fuera del agua”. Cierta “comicidad” reviste también su afán por consignar, con todo pormenor, los precios de comidas, hoteles, billetes de tren, pinceles, acuarelas… de allí por donde va.

                  Resulta asombroso el hecho de que aunque Los cuadernines suponen, ciertamente, un acercamiento a la compleja personalidad de Delhy, no la despojan, sin embargo, del aura enigmática y misteriosa con que habitualmente la contemplamos en sus fotos y autorretratos; antes bien, plantean estos escritos toda una serie de cuestiones e interrogantes que contribuyen, sin duda, a aumentar esa imagen. Tampoco ofrecen claves sobre su pintura, más allá de la explicación de por qué abundan algunos motivos (los pájaros y los niños, por ejemplo) y escasean otros (la figura masculina, por ejemplo). Los cuadernines sí nos muestran, en cambio, una mujer para la que la libertad es una necesidad de vida o muerte, sin componendas (“Quiero mi libertad salvaje”), y para la que el arte de vivir es también una suerte de arte de sufrir (“No recuerdo en mi vida encontrar una sola cosa que no haya tenido espinas”). Por eso la lectura de este libro nos deja como una sensación extraña, como la de una punzada en el corazón. Porque lo que duele no es vivir, sino tener conciencia de que estamos vivos; no envejecer, sino darnos cuenta del paso destructor del tiempo; no morir, sino saber que podemos hacerlo un día lleno de sol, dejando tanta vida ahí fuera. Y todo esto lo sabía muy bien Delhy. Vaya si lo sabía.