EL CLERO EN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA ESPAÑOLA. EL
CASO DE TORO:
FRAY JULIÁN DÉLICA, “EL CAPUCHINO”
Fernando Ruiz González
EL CLERO EN LA GUERRA DE INDEPENDENCIA
La participación del clero en el
levantamiento contra los franceses, en algunos casos como impulsores y
dirigentes, fue una de las peculiaridades más acusadas de dicha guerra.
La existencia de algún clérigo afrancesado y de curas, frailes y obispos
que soportaban en silencio la ocupación no justifica las opiniones de
quienes han querido disminuir la importancia de la colaboración clerical
en la guerra contra el invasor. El clero, en su conjunto, como
estamento, atizó la guerra y la sostuvo con sus bienes, con sus
exhortaciones y con el ofrecimiento radical de sus personas. La Guerra
de la Independencia inaugura la estampa pintoresca y novedosa del cura
guerrillero, que tanto habría de proliferar en las contiendas civiles
del siglo XIX y de la que tanto partido ha sacado la literatura
decimonónica.
No existe región española donde no pululen las guerrillas conducidas por
canónigos, curas o frailes. En Galicia las conduce Acuña, Carrascón,
Rivera, Couto, Valaldares y los abades de Valedoras, Casayo, Cela, San
Mamed y Trives. En Santander las dirige el obispo Menéndez de Luarca. En
Castilla la Vieja, los curas Merino y Tapia y el capuchino Délica se
revelan como geniales estrategas.
En La Mancha hacen la guerra Quero, Ayestarán, Salazar e Isidro.
En Andalucía el fraile Rienda y los curas de Riofrío, Lobillo y
Casabermeja. En Cataluña destacan Rovira, Montaña y Díaz. En
Aragón y Navarra, el párroco de Valcarlos, el prior de Ujué, el
beneficiado de Laguaresa y el presbítero Rubio. Existieron
activos organizadores de la defensa de ciudades como Santiago
Sas y Fray José de la Consolación en Zaragoza, e incansables
espías y estrategas como Fray Baudilio de San Boy en Cataluña, o
Fray Teobaldo en Aragón. Actuaron batallones compuestos
exclusivamente por eclesiásticos, como los dominicos en Málaga,
los carmelitas de Logroño, los franciscanos de Burgos, los
frailes a caballo de Murcia, los exclaustrados de Ronda, o en
Gerona la formación de compañías de cruzados eclesiásticos
regulares (frailes y monjes) y seglares (curas). En la
organización del levantamiento encontramos a sacerdotes entre
los agitadores y conductores de las masas que se oponían a las
autoridades afrancesadas como Fray Rico en Valencia, Fray Gil en
Sevilla, Llano Ponte en Oviedo o Fray Berrocal en Málaga. El
toque de generala era para ellos lo mismo que escuchar la
campana de obediencia.
Guerra de la
Independencia (1808-1814)
En la administración local que se forma
ocurrió lo mismo: no había junta local o provincial en la que no
estuviera presente algún clérigo, fraile u obispo. De hecho, los obispos
de Cuenca, Santander, Toledo, Zamora, Sevilla y Orense fueron
presidentes de las Juntas Provinciales y los de Cádiz, Valencia, Murcia,
Huesca y Galicia fueron vocales de las mismas. E igualmente ocurrió en
la administración central, donde los obispos Vera, Delgado y Silva
estuvieron en la Junta Central y los cardenales Borbón y Pedro Quevedo
fueron Presidentes de la Regencia.
El clero fue, en definitiva, la dirección
mental y espiritual del movimiento insurreccional: le dotó de ideología,
levantó los ánimos, incendió los sentimientos, comunicó el alma y la
razón de ser del sacrificio que suponía la resistencia frente al
invasor. Todo ello fue el servicio más grande que podía, y de hecho dio
al Pueblo Español.
FRAY JULIÁN DÉLICA, “EL CAPUCHINO”
Toro no fue una excepción y también tuvo
su clérigo guerrillero.
Su nombre en el mundo era Juan Bautista
Mendieta y había nacido en 1773 en Délica, lugar del municipio alavés de
Arrastaría. Vistió el hábito capuchino en Salamanca y se ordenó como
Presbítero en mayo de 1801.
Al iniciarse la guerra, Fray Délica se
encuentra en Toro[1].
Pronto destacó como agitador de la revuelta contra el francés y como
animador incansable de la resistencia, incluso armada. Por eso, lo
encontramos tras la caída y saqueo de Toro, capitaneando una guerrilla
de entre 70 y 120 hombres de a caballo y en un campo de acción entre la
Sierra de Gata y la Sierra de la Culebra, concentrándose
fundamentalmente entre Montelarreina y los Montes Torozos, realizando
principalmente acciones de hostigamiento al enemigo, a pequeños
destacamentos, correos y comunicaciones, corte de suministros, etc.
Pronto gozó de fama de estratega y
prácticamente impidió las comunicaciones francesas entre Galicia y
Madrid, y de manera especial de Valladolid con Toro, Zamora y Salamanca.
Pero el hecho que más fama dio a Fray Délica fue la captura del general
Franceschi, portador de documentos y planos muy importantes para el
mando francés que cayeron en manos de los guerrilleros y en los cuales
el mariscal Soult informaba a José Bonaparte del estado de sus ejércitos
y los planes de guerra inmediatos. Esta acción tuvo lugar en junio de
1809, cuando Franceschi iba camino de Madrid desde Puebla de Sanabria,
acompañado de su ayudante de campo y de un capitán, edecán del mariscal
Soult, además de una escolta de dragones. El día 29, Fray Délica y sus
hombres, emboscados cerca de Toro, atacaron por sorpresa a los franceses
que se rindieron sin ofrecer resistencia.
Fray Délica cruzó a la orilla izquierda
del Duero con sus prisioneros. El general y sus acompañantes fueron
despojados de todo aquello que parecía útil a sus captores. Tras
deliberar sobre su suerte, la mayoría de los guerrilleros se pronuncia
por su muerte, pero el Capuchino no consiente y hace conducir a sus
prisioneros al General Duque del Parque que mandaba en Ciudad Rodrigo.
Una vez allí, vista la importancia de los prisioneros y los documentos,
el duque decide remitirlos a la Junta Suprema, que a la sazón residía en
Sevilla. Esta misión se encomienda al Capuchino, que entró en la capital
andaluza entre aclamaciones del pueblo y felicitaciones de la Junta que
le regaló la espada del general capturado y le permitió que le pidiese
lo que quisiera por el servicio tan grande prestado a la nación. El
guerrillero se limitó a pedir veinte caballos con sus monturas y
licencia para volver cuanto antes a Castilla a combatir a los invasores.
Por su parte, el general Franceschi, encarcelado en la Alhambra de
Granada, luego fue conducido a Cartagena, donde murió de fiebre amarilla
el 23 de octubre de 1810.
Fray Délica volvió al territorio de su
lucha, pero los franceses no perdonaron la afrenta y se dedicaron a
perseguirlo con saña y perseverancia. Los generales Marchand y Kellerman
enviaron continuas columnas volantes y movilizaron a los espías y
colaboradores que no pararon hasta su captura en enero de 1810 en las
cercanías de Tordesillas, debido a una delación. Su partida quedó
prácticamente aniquilada y diecinueve de sus miembros supervivientes,
fueron sentenciados a garrote por la Junta Criminal de Valladolid. El
General Kellerman no pudo aguardar a que el verdugo ejecutara y arrancó
de la cárcel a los condenados que habían de ser agarrotados en
municipios de la provincia, pese a la protesta del fiscal y del decano
de la Chancillería. Esto es un ejemplo de quien era el verdadero amo de
la situación y del poco respeto de los franceses por sus partidarios y
colaboradores españoles y también denota lo poco que valía la justicia
que los afrancesados pretendían imponer en la España ocupada.
Del final del fraile alavés hay pocos
datos. Los franceses los llevaron prisionero y herido a Francia, donde
según una Crónica Capuchina fue torturado con bastante crueldad, a pesar
de lo cual volvió maltrecho y murió en Madrid en 1817.
LOS MOTIVOS DE LA ACTUACIÓN CLERICAL
En cuanto a las razones por las cuales
tantos hombres de paz y de oración tomaron las armas o se implicaron en
la lucha armada y activa contra el invasor, han corrido ríos de tinta y
se han publicado gran cantidad de obras. Se insiste en las teorías de la
Moral Cristiana: legítima defensa (ya que la muerte que pudiéndose
evitar no se evita equivale a un suicidio), obligación moral y
espiritual de oponerse al tirano (tiranicidio), guerra defensiva, guerra
de religión, libertad religiosa, libertad de conciencia, imposibilidad
de una sociedad, de una Patria y de un Estado sin religión,… En
definitiva, toda una Teología sobre la necesaria e imprescindible
participación en la guerra como un deber y una obligación.
Nos gustaría insistir en un motivo
fundamental para empujar a aquellos hombres de fe a la resistencia
armada, a pesar de que no había tradición ni precedentes de casos
parecidos. Nos referimos a la práctica tan habitual de los franceses de
profanar, saquear y destruir los templos y conventos por donde pasaban.
Debemos tener en cuenta que eran ya varios siglos sin verse por estas
tierras el horroroso espectáculo de sacrilegios, profanaciones, saqueos
de lugares sagrados y mucho menos la destrucción de lugares santos. Ello
produjo un impacto emocional y psicológico tremebundo y descorazonador
en el Pueblo Español en general y en su Clero en particular. Para
aquellos hombres imbuidos de una espiritualidad barroca, aquello debió
ser algo inimaginable. Por eso, para ellos, los franceses además de ser
invasores, eran ladrones, asesinos, herejes, profanadores y sacrílegos.
Ante el enemigo, no sólo del cuerpo, sino también del alma, únicamente
era posible en los patriotas una actitud de desconfianza, desprecio,
odio y venganza. Los invasores eran unos enemigos más impíos y
sacrílegos con Dios que inhumanos con los hombres.
Cada religioso que contemplaba estas
profanaciones y saqueos de sus conventos y parroquias, creía contemplar
el fin del mundo, la inutilidad de sus vidas y ministerios (sin templo
ni convento para que sirve un cura o fraile, problemas de concepción
pastoral y espiritual de clérigos y frailes, etc.), la destrucción de su
sustento material y la desaparición de sus objetivos en la vida. Todo
ello coadyuva a que los clérigos fuesen candidatos bastante probables a
engrosar las filas de la resistencia en todas sus formas (guerrillero,
espía, agitador, etc.).
PARA
SABER MÁS
- CARRO CELADA, E.:
Curas guerrilleros en España, Madrid, 1971.
- GARCÍA VILLOSLADA,
R.: Historia de la Iglesia en España, Madrid, 1979, Tomo V, pp.
3-62.
- LAFUENTE, M.:
Historia General de España, Barcelona, 1887, Tomo XXIV.
- PACUAL MARTÍNEZ, P.:
“Frailes guerrilleros en la Guerra de la Independencia: los clérigos
también tomaron las armas para expulsara los ejércitos napoleónicos” en
Historia 16, nº 280, 1999, pp. 36-56.
- TORENO (Conde de):
Historia del Levantamiento, Guerra y Revolución en España, Madrid,
1872, Tomo 64.
ANEXO DOCUMENTAL
El saqueo de los bienes eclesiásticos por las tropas napoleónicas adopta
diversas formas: en Toro la profanación, saqueo y destrucción sin más;
en Peleagonzalo en forma de contribución de guerra tan desorbitada que
tuvieron que entregar toda la platería de la Parroquia para poder pagar
ante la amenaza de incendiar el pueblo; y en Fresno de la Ribera el
saqueo de todo lo considerado valioso en un pequeño alto del ejército
francés para descansar en su camino hacia Zamora.
De este último lugar, Fresno de la Ribera, reproducimos (manteniendo la
grafía y redacción original) el testimonio del Secretario del Concejo de
la Villa sobre dicho saqueo, conservado en el Libro de la Cofradía de
las Ánimas del Archivo Parroquial de Fresno de la Ribera.
Sepan cuantos Abitadores, fueren desta Villa tanto en los tiempos
presentes Como los que fueren en los venideros siglos, Como en el dia
Nuebe y Duez del Mes de Enero deste presente año de Mil ochocientos
nuebe entraron en esta villa las tropas francesas de Napoleón, a
conquistar a la ciudad de Zamora, y saquearon a esta villa, y
destrozaron todas las puertas de nuestras Casas juntamente con las de la
Iglesia y Cura Párroco; Nos robaron todas las alajas que encontraron
buenas en ellas, tanto de adornos de bestir, de barones y mujeres, como
de los comestibles que encontraron en nuestras casas, de vino vebieron y
estrozaron más de tres mil cantaros; Y juntamente rovaron todos los
vasos sagrados de la Iglesia, que fueron: Cuatro cálices, el biril
afiligranado y sobredorado de mucho valor, tres patenas, dos pares de
binajeras y el platillo de ellas grandes, la cruz parroquial, el
Incensario, la nabeta y la cucharita, la Paz y las cucharitas de los
cálices, que todas estas alajas eran de plata y de mucho valor y peso. Y
aún se estendió más su alebosía que le llevaron la Corona de María
Santísima que era de plata, la del Niño, el Rastrillo que tenía a su
cara guarnecida de perlas, la Media Luna y todas las joyas y relicarios
que tenían la Birgen y el niño bestidas de adorno, que todas eran de
plata y de muchísimo valor. Y sólo se reservaron el Copón con las
dibinas formas, las Ampollas de los Santos Óleos y la Concha de vautizar
por estar reserbadas en parte oculta y no dieron con ellas. Rompieron
las puertas de la Sacristía y ultrajaron todas las Vestiduras Sagradas
tirándolas por el suelo llebándose los broches de plata que estas
tenían, y juntamente una tabla de Manteles muy finos. Con que se
adornaba el altar mayor los días festivos; no puedo numerar el estrago
que yzieron, estos amigos de la nuestra nación en esta parroquia y
becindario. Solo lo dejo a la Consideración del prudente lector, de
forma que cuando bolbimos a el pueblo por abernos retirado a los Campos
y monte de la Reyna temerosos de la alebosa muerte que podían darnos la
nación francesa fue necesario buscar Caliz y demás necesario para
celebrar Misa. Prestado que lo dio, a Mandato, de el Ilmº Sr. Dn.
Juaquín Carrillo y Mayor, Obispo que del presente era de la ciudad de
Zamora y su Obispado, la Yglesia de Coreses, aquí de allí, apocos dias
de aberle traydo, se lo compró dicho Cáliz y patena y Cucharilla, y pesó
veinte y una onza. Y eso se lo dieron de plata por él, a dicha Iglesia
de Coreses en pesos duros.
Y este libro se encontró en la casa del Sr. Deán Hernández
Santibáñez-Cura Párroco que al presente era, de la espresada villa, con
todas las ojas de Cuentas Anteriores y Apuntaciones de todos los
Cofrades que habian sido y eran a el presente, arrancadas deste
cuaderno, sin aber parecido oja ninguna de cuentas, ni apuntación que
tenía. Ni poder aberiguar si las rompieron los franceses o alguno otro
abitador desta villa que se allase deudor desta Cofradía.
Y para que sirba de recuerdo tanto a los presentes abitadores como a
los que fueren en los benideros tiempos, con autoridad y licencia de
todos los cofrades que presentes son. Dicho Sr. Cura Párroco se pone por
la presente diligencia, Autorizada por mi al Infrascrito fiel de fechos
Públicos desta villa de Fresno de la Rivera en ella, a veinte y ocho
días del mes de mayo de Mil ochocientos nuebe de que certifico y doi fe
en la forma que puedo y debo.
Como fiel de fechos
Juan Manuel Ortiz…. Rubricado.
[1] Se hallaba en la casa que los Capuchinos
tenían en Toro, que no tenía categoría de convento, sino que era
un simple lugar de retiro de misioneros populares y de descanso
para enfermos y ancianos. Por ello figuraba como conventual del
convento capuchino de Zamora, del cual dependía la casa de Toro.
Ello ha provocado alguna equivocación al situarlo residiendo en
Zamora. Obviamente la casa de los capuchinos en Toro estaba
ubicada en el actual convento de los PP. Mercedarios.