Hace tiempo
vivía en un rincón de Sayago, un ser tan fantástico como temido por los
habitantes de la comarca. Era de un color oscuro, imposible de definir,
que se volvía de los colores el arco iris cuando se sentía feliz. Su
tamaño y fuerza era lo que más hacía temblar a los pobres campesinos.
Tenía una altura superior a una casa de dos pisos, su cuerpo estaba
cubierto de escamas, su dorso era como una pequeña balconada que formaba
bellos dibujos,…
Los niños
tenían miedo de acercarse a su escondite. Habitaba una pequeña cueva en
los Arribes, rodeada de un espeso bosque de enebros. Sólo un pequeño
pastor conocía su nombre, y cuando no le veía, observaba sus
movimientos.
Se
llamaba Nanumi, y era tan parecido a un dragón, que la gente le miraba
con temor. Cuando respiraba no lanzaba fuego, sino pétalos de flores,
honor este que le había sido concedido al momento de nacer por su hada
madrina.
Nanumi se alimentaba con el color rojo del arco iris y, se bañaba -todos
los días del año- con nieve que le mandaba desde su país la Reina de las
Nieves. Era delicioso ver como se acurrucaba al lado de un riachuelo
para escuchar el sonido del agua golpeando las rocas. Pasaba todo el día
corriendo por los campos de Sayago, bailando con las libélulas y
mariposas, y por la noche, la luna ponía bajo su cuerpo un colchón de
estrellas, brillantes como diamantes y suaves como el algodón; y una
bandada de gorriones le cantaban nanas, que le provocaban un dulce
sueño.
Un
día llegó a la aldea la noticia de la próxima visita del rey. Los
aldeanos fueron sacando de sus baúles y armarios, los mejores trajes
para el recibimiento. En todas aquellas casas –construidas de granito-
se detectaba un fuerte olor a naftalina.
El
alcalde lanzó un bando por el que se pedía engalanar el pueblo. Pero
todos habían olvidado al personaje importante de la comarca –NANUMI-,
cuya existencia había provocado la curiosidad del rey y, su viaje
relámpago a Sayago.
Los campesinos nunca habían conocido a un rey, siempre les había
ignorado por estar en la frontera portuguesa; por ello, tampoco conocían
sus costumbres y cómo agasajarle. Estaban en una situación un poco
extraña, así que tenían que pedir ayuda.
-¿A quién se la pedimos?… (Comentaba uno de los labriegos).
-A
Nanumi –contestó el pastor- él ha recorrido el mundo y debe saber
hacerlo.
-¿Quién se lo dice?… Y ¿Si se enfada?… (Comentó otro labriego).
-Yo pienso que no… (Dijo el pastor). Nanumi es muy sensible y dulce, su
sensibilidad es tan enorme como su cuerpo.
Pasaba Nanumi las horas jugando con las mariposas, acariciando el agua,
oliendo las aucas de la rivera…
Su
enorme cuerpo, rodeado por un aura azul celeste, le protegía de sus
enemigos; y era tan brillante, como las estrellas. Algunos pensaban que
había caído de un agujero negro del Universo como quien se cae de la
cama…
Se
acercaba el día de la llegada del rey. El Concejo seguía sin decidir
quien se lo iba a decir a Nanumi. Una cogujada avisó a Nanumi de la
visita de los sayagueses diciéndole con su canto: ¡No te fíeees…!, pero
él no era tan desconfiado como el pájaro. Salió al encuentro de la
comitiva que venía en su busca, aceptando el encargo.
Los campesinos no creían lo que oían, y se preguntaban quien le habría
avisado de su visita. Supusieron que quizás alguna mariposa… ¡No
importaba! Lo mejor de todo, era que había aceptado.
-Pídenos lo que necesites para engalanar el pueblo (dijo el alcalde)…
Y
Nanumi contestó:
-A los reyes les gusta rodearse de cosas bellas. Vosotros no tenéis
riquezas. Sayago es tan pobre como los granitos que lo engalanan, tan
oscuro en sus ropajes como la niebla… hay que dar luz y color a esta
tierra…
Pensando, pensando… el nuevo amigo de los sayagueses puso manos a la
obra y comentó:
-Traedme todas las aucas de la rivera, las flores de cuco de las eras y
valles, y las luciérnagas. Con todas ellos fabricaremos un hermoso arco
por donde pase la comitiva real. Lo salpicaremos de polvo de estrellas
que pediré a la noche. Llamaré al ruiseñor que tiñó de sangre una rosa
por un amor imposible. Haremos que libélulas y mariposas tiren de un
carro –hecho con cáscaras de bellotas- lanzando a su paso pétalos de
violetas…
Todos estuvieron de acuerdo con la idea de Nanumi, pero había que poner
una persona para recibir la comitiva real. Nadie sabía hablar con la
elegancia que se requería para la ocasión, y por unanimidad, cedieron el
puesto a Nanumi, nombrándole Alcalde Mayor. Sería también el encargado
de hablar con los animales para la fiesta…
Llegó el día de la visita regia. Sayago era un mosaico de luz y color,
un inmenso vergel de sencillez y belleza… un rayo de luz en el Universo.
Todo estaba preparado, los representantes de los concejos estaban
situados a la entrada de la comarca. Las mujeres –en los diferentes
pueblos- vestían la típica mantilla sayaguesa. Los hombres por el
contrario, vestían su traje de pana nuevo y su boina calada… todos
esperaban el feliz acontecimiento.
Cuando el rey llegó fue todo una exclamación de sorpresa, mirando la
pobreza de los campos y admirando el recibimiento. ¡Por fin estaba en
Sayago! Los representantes de los Concejos le dieron la bienvenida.
Presentaron a Nanumi y éste, relató al monarca la pobreza de sus gentes,
su necesidad de ayuda… Y al fondo, un rumor de riachuelos entonaba la
melodía de bienvenida.
A
partir de entonces, Nanumi vivió junto a los labriegos durante años,
hasta que una noche desapareció con una estrella fugaz que apareció en
el firmamento.