AÑO 2.009

 REVISTA Nº 5   

EDICIÓN DIGITAL


REVISTA Nº 5.     AÑO 2009

LA ASOCIACIÓN

LA CULTURA Y EL VOLUNTARIADO

ACTIVIDADES DE LA ASOCIACIÓN

DE LO NUESTRO

HACER DE TORO LA BARCELONA DE CASTILLA. ACERCA DE LAS PROHIBICIONES DEL CARNAVAL EN TORO EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XVIII

IGLESIA-MUSEO DE SAN SEBASTIÁN DE LOS CABALLEROS

PRIMEROS RECUERDOS DE TORO

DE LO DE TODOS

 FIGURA Y GENIO DE ROCINANTE
LAS GUERRAS DE LOS ROMANOS CONTRA LOS SAMNITAS (I).
MITOGRAFÍA COMPARADA: LOS ORÍGENES DE ROMA
LA EXPULSIÓN DE LOS MORISCOS O LA IMPOSIBLE ASIMILACIÓN SOCIAL Y CULTURAL DE UNA MINORÍA
UNA BUENA LEY
FLAMENCO. ENTRE LA TRADICIÓN Y LA RENOVACIÓN

EL RINCÓN DE LA LITERATURA

EL MUNDO COMPLEJO DEL VINO
EL OCASO DE UN TRABAJO
ILUSO SUEÑO
EL RINCÓN DE LA FOTOGRAFÍA
TORO, MIRADAS IMPOSTORAS

MITOGRAFÍA COMPARADA: LOS ORÍGENES DE ROMA

Francisco José Lamas Noya

 

In honorem Adefonsi González, profesor de Lengua y Literatura Latina del I.E.S. Carreño Miranda, por sus correcciones y loables comentarios que influyeron de manera decisiva en este trabajo.

Et in memoriam Iuliani Garzón,  Profesor de Filología Griega y Mitología clásica de la Universidad de Oviedo, tristemente fallecido en agosto del pasado año.

 

            El mito y su comparación.

            Muchas y variadas son las narraciones y los mitos sobre la ciudad más importante del mundo antiguo, la Urbe por excelencia: Roma. Podríamos decir que casi tantas como personas ha habido en la antigüedad romana, tantas como escritores, tantas, en fin, que ya en la antigüedad surgieron obras que intentaban mostrar la mayor parte de sus variantes (Origo gentis romanae de Aurelio Víctor).

            De todas las variantes, dos son las que se alzan con más fuerza y que en época augústea fueron bien combinadas en una versión “oficial”.

            Tres son, de forma fundamental, los autores que nos narran la leyenda augústea: Tito Livio, Dionisio de Halicarnaso y Publio Virgilio Marón, todos ellos del siglo I a.C. Aunque también debemos tomar en consideración, por las variantes que incluyen, por encima de todos el último, autores más tardíos como Apiano, Plutarco (ambos de época de Trajano) y Orosio (contemporáneo de San Agustín de Cartago y nacido en torno a 384 d.C.).

            Esta sería, de modo resumido, la leyenda de la fundación de Roma tal como nos la cuenta Indro Montanelli en su Historia de Roma, por más que el lenguaje empleado pueda resultarnos un tanto jocoso:

            “Cuando los griegos de Menelao, Ulises y Aquiles conquistaron Troya, en el Asia Menor, y la pasaron a sangre y fuego, uno de los pocos defensores que se salvó fue Eneas, fuertemente “recomendado” (ciertas cosas se usaban ya en aquellos tiempos) por su madre, que era nada menos que la diosa Venus-Afrodita.  Con una maleta a hombros, llena de imágenes de sus celestes protectores, entre los cuales, naturalmente, el puesto de honor correspondía a su buena mamá, pero sin una lira en el bolsillo, el pobrecito se dio a recorrer el mundo, al azar. Y después de no se sabe cuántos años de aventuras y desventuras, desembarcó, siempre con la maleta a cuestas, en Italia; se puso a remontarla hacia el norte, llegó al Lacio, donde se casó con la hija del rey Latino, que se llamaba Lavinia, fundó una ciudad a la que dio el nombre de su esposa y, al lado de ésta, vivió feliz y contento el resto de sus días.

            Su hijo Ascanio fundó Alba Longa, convirtiéndola en nueva capital. Y tras ocho generaciones, es decir, unos doscientos años después del arribo de Eneas, dos de sus descendientes, Numitor y Amulio, estaban aún en el trono del Lacio, Desgraciadamente, dos en un trono están muy apretados. Y así, un día, Amulio echó al hermano para reinar solo, y le mató a todos los hijos menos uno: Rea Silvia. Mas, para que no pudiese traer al mundo algún hijo a quien, de mayor, se le pudiese antojar vengar al abuelo, la obligó a hacerse sacerdotisa de la diosa Vesta, o sea monja.

            Un día, Rea, que probablemente tenía muchas ganas de marido y se resignaba mal a la idea de no poder casarse, tomaba el fresco a orillas del río porque era un verano tremendamente caluroso, y se quedó dormida. Por casualidad pasaba por aquellos parajes el dios Marte, que bajaba a menudo a la Tierra, un poco para organizar una guerrita que otra, que era su oficio habitual, y otro en busca de chicas, que era su pasión favorita. Vio a Rea Silvia. Se enamoró de ella. Y sin despertarla siquiera, la puso encinta.

            Amulio se encolerizó muchísimo cuando lo supo. Mas no la mató. Aguardó a que pariese, no uno, sino dos chiquillos gemelos. Después, ordenó meterlos en una pequeñísima almadía que confió al río para que se los llevase, al filo de la corriente, hasta el mar, y allí se ahogasen. Mas no había contado con el viento, que aquel día soplaba con bastante fuerza, y que condujo la frágil embarcación no lejos de allí, encallando en la arena de la orilla, en pleno campo. Ahí, los dos desamparados, que lloraban ruidosamente, llamaron la atención de una loba que acudió para amamantarlos. Y por eso este animal se ha convertido en el símbolo de Roma, que fue fundada después por los dos gemelos. […]

            Los dos gemelos mamaron la leche, luego pasaron a las papillas y después echaron los primeros dientes, recibieron uno el nombre de Rómulo, el otro el de Remo, crecieron y al final supieron su historia. Entonces, volvieron a Alba Longa, organizaron una revolución, mataron a Amulio y repusieron en el trono a Numitor. Después, impacientes, como todos los jóvenes, por hacer algo importante, en vez de esperar un buen reino edificado por el abuelo, que sin duda se lo hubiera dejado, se fueron a construir otro nuevo un poco más lejos. Y eligieron el sitio donde su almadía había encallado, en medio de las colinas por las que discurre el Tíber, cuando está a punto de desembocar en el mar. En aquel lugar, como a menudo sucede entre hermanos, litigaron sobre el nombre que dar a la ciudad. Luego decidieron que ganaría quien hubiese visto más pájaros. Rómulo, sobre el Palatino, vio doce: la ciudad se llamaría, pues, Roma. Uncieron dos blancos bueyes, excavaron un surco, y construyeron las murallas, jurando matar a quienquiera que las cruzase. Remo, malhumorado por la derrota, dijo que eran frágiles y rompió un trozo de un puntapié. Y Rómulo, fiel al juramento, lo mató de un badilazo.” (Historia de Roma, Indro Montanelli).

            Una vez visto el resumen del relato “canónico”, pongamos manos en harina y veamos sus diferencias con el mito según cinco autores de la antigüedad y contrapongámoslos entre sí y con este anterior.

            El mito tradicional parte desde Troya, pero aquí terminan las coincidencias y comienzan las divergencias.

 

            Estas comienzan ya con el itinerario seguido por Eneas en su periplo, así:

Según Livio este itinerario sería Troya–Macedonia–Sicilia–Lacio.

En cambio, según Virgilio éste sería: Troya–Ida–Tracia–Cícladas–Creta–Epiro– Apulia–Sicilia–Cartago–Campania–Lacio.

            Y según Dionisio de Halicarnaso, el itinerario fue el que sigue: Troya–Tracia– Islas griegas–Sicilia–Lacio.

            Ni Orosio ni Apiano nos transmiten ningún itinerario. Como podemos observar, de cinco autores antiguos consultados obtenemos tres itinerarios y dos historiadores que “escurren el bulto”.

            Pero continuemos viendo las divergencias en la leyenda.

            Una vez que Eneas llega a Italia, el rey Aborigen, Fauno Latino (para unos hijo de Marte, para otros hijo de Hércules), se alía con Eneas, pero aquí tenemos distintas razones: Según Virgilio, la alianza fue completamente pacífica, tesis que también sostiene Apiano en un fragmento que nos ha sido transmitido por Focio. Livio, por su parte, nos transmite dos versiones, una bélica, según la cual, habría habido una lucha en la que resultó vencido Latino, que hizo la paz con Eneas y entró en parentesco con él, y una semipacífica, según la cual, estando Latino y Eneas con sus ejércitos frente a frente, se enviaron sendos heraldos y negociaron una paz, tras descubrir Latino que eran griegos. Esta es la que parece subscribir Livio y la que adopta Dionisio de Halicarnaso, con la salvedad de que, según este último, los que se adelantaron no fueron heraldos sino los propios reyes. Orosio, por su parte y como casi siempre, no comenta nada. Se limita a afirmar que Eneas sumió durante tres años en la guerra y el odio a diversos pueblos y que por aquellos tiempos hubo un rey latino llamado Arémulo (sic) que era muy malo y por sus crímenes fue castigado por Dios cayendo fulminado por un rayo. ¿Sería este Arémulo el mismo que Fauno Latino? Según la tradición no hubo más reyes latinos, así que debería ser éste.

            Todos los autores, excepto, ¿cómo no?, Orosio, coinciden en que tomó por esposa a Lavinia, hija de Latino. Una vez unido a ella fundó la ciudad que lleva su nombre y tuvo un hijo con ella: Ascanio. Esto es lo que nos transmite Livio, sin embargo, según Dionisio de Halicarnaso, Ascanio, Julo o Eurileón (nombres todos del hijo de Eneas) era fruto de su primer matrimonio con la Troyana Creúsa. En esto también coinciden Apiano y Virgilio, y Orosio, para no variar, no hace mención alguna.

 

            Lo siguiente fue la fundación de Lavinio. Todos están de acuerdo en que fue posterior a las nupcias entre el hijo de Venus y la hija de Latino, llegando Dionisio de Halicarnaso a darnos una fecha más o menos exacta: Año dos tras la caída de Troya.

            El paso siguiente sería la guerra con los Rútulos de Turno. No tan importante es cuándo comienza la guerra (hay autores que afirman que es anterior a Lavinio, otros que es posterior y los hay que afirman que ya estaba en marcha a la llegada de Eneas), como saber por qué se originó y qué acontecimientos ocurrieron durante la misma.

            Según Virgilio, la guerra comienza tras la boda de Eneas y Lavinia y es una consecuencia directa de ésta, ya que Latino se la había prometido en matrimonio y revocando después el compromiso. Esta misma versión es la referida por Tito Livio; por otra parte, Dionisio de Halicarnaso, afirma que el rey de los Rútulos no era Turno, sino un hombre llamado Tirreno, que era sobrino de Amata, esposa de Latino, y que Lavinia no estaba prometida con él. Por el contrario, Apiano afirma que el Rey de los Rútulos se llamaba Mezencio, y que la guerra se originó tras la muerte de Latino, también a causa de una promesa incumplida de matrimonio. Según Apiano, este Mezencio dio muerte a Eneas en uno de los enfrentamientos, mientras que, según Virgilio, fue a la inversa. Dionisio zanja la cuestión adoptando la postura intermedia: según él, en una dura batalla, perecieron Tirreno y Latino y resultó vencedor Eneas.

            Hasta aquí llega La Eneida, así que Virgilio no nos va a decir más sobre los acontecimientos que ocurren. Con lo que nuestro grupo comparativo se queda reducido, de manera momentánea, a cuatro autores: Dionisio, Livio, Apiano y Orosio.

            Pasemos ahora a ver los acontecimientos posteriores a la Guerra de Turno.

            Según Livio, tras la derrota de los Rútulos estos pidieron ayuda a los Etruscos, cuyo Rey era Mecencio (“Inde Turnus Rutulique diffisi rebus ad florentes opes Etruscorum Mexentiumque regem eorum confugiunt” (Tito Livio, Ab Urbe Condita Libro I, 2 3 ss.), claro que debemos recordar que, para Apiano, Mezencio era el Rey de los Rútulos, cuestión de la cual podemos dilucidar que, ¿por qué no?, etruscos y rútulos estuvieron siempre juntos en este asunto. Pero continuemos. Dioniso nos habla de otro Mecencio, pero esta vez era Rey de los Tirrenos (pueblo que lleva el mismo nombre del que, para el mismo Dionisio, era Rey de los Rútulos). Orosio no nos dice nada y, tras la muerte de Arémulo, de la que hablábamos antes, pasa directamente a Rómulo y Remo. Con todo ello podemos llegar perfectamente a la conclusión de que Tirrenos, Rútulos y Etruscos eran en realidad el mismo pueblo, pero ya hablaremos más adelante de las conclusiones históricas que podemos derivar de este asunto.

            Pasemos ahora, pues, a narrar los hechos del reinado de Eneas.

            Debemos llegar a este punto de la historia para que los tres autores que nos quedan (Dionisio, Apiano y Livio, recordemos que la carrera de Virgilio terminó con la muerte de Turno, que Plutarco no ha comenzado todavía y que a Orosio lo tenemos aparcado por el momento). Dionisio de Halicarnaso y Apiano nos refieren, tan sólo, que Eneas reinó durante tres años tras el fallecimiento de Fausto Latino, y falleció, a su vez, como su suegro, en una batalla de esta interminable guerra. Esta versión también es la sostenida por Tito Livio, aunque él nos precisa algún hecho del reinado de Eneas. Este al ser nombrado rey de los Aborígenes a la muerte de Latino, para que no hubiese problemas entre los Troyanos y los aborígenes, unió los dos pueblos que estaban bajo su corona y les dio el nombre de Latinos, en recuerdo de su suegro. Tras este acto, los aborígenes no desmerecieron en su adhesión al Rey Eneas frente a los Troyanos.

            Tras este breve punto de unión, vuelven las divergencias entre nuestros tres autores. El Sucesor de Eneas fue su hijo Ascanio, que, como ya habíamos referido, para Livio era hijo de Lavinia, al igual que para Apiano, aunque el primero nos muestra su reserva “Haud ambigam –quis enim rem tam ueterem pro certo adfirmet?- hicine fuerit Ascanius an maior quam hic, Creusa matre Ilio icolumi natus comesque inde paternae fugae, quem Iulum eundem Iulia gens auctorem nominis sui nuncupat” (sin embargo, podemos tomar como su propia opinión la primera y entender, perfectamente, esta última postura como una manera de intentar agradar al poder gobernante en su época en la Urbe). Mientras, para Dionisio de Halicarnaso, era hijo de Creúsa, estando de acuerdo con Virgilio (que reaparece por breve tiempo).

            Este Ascanio fundó la Ciudad de Alba Longa y la pobló con colonos Lavinios y reinó sobre ella, según Dionisio, durante cuatro años. De los hechos de su reinado, sólo nos cuenta algo Livio, y nos dice que hizo un tratado de paz con los Etruscos que fijó el río Albula como frontera. Este río, según el de Padua, sería el Tíber. Aunque, según Dionisio, que lo cree mayor, reinó treinta y ocho años, aunque sólo los últimos cuatro sobre Alba Longa.

            Tras Ascanio, hubo una serie larga de Reyes Albanos, cuya lista nos transmiten los tres autores, precisando Livio algún hecho destacable y Dionisio la duración de sus reinados.

            La lista sería la siguiente (ente paréntesis los años de gobierno, según Dionisio): Ascanio (38), hijo de Eneas; Silvio (29), hijo de Ascanio y que habría nacido en una selva, de ahí su nombre [Dionisio nos dice que era hermano de Ascanio, y nacido del segundo matrimonio de Eneas]; Eneas Silvio (31); Latino Silvio (51); Alba Silvio (39); Atis Silvio (26); Capis Silvio (13); Capeto Silvio (17) [con los tres últimos discrepa Dionisio, cambiando la lista por Capeto, Capis y Cálpeto]; Tiberino Silvio (8), que se ahogó al cruzar el río Albula y por eso se le cambió el nombre por el de Tíber; Agripa Silvio (41); Rómulo Silvio (19), que fue herido por un rayo, según Dionisio por ser un ser tiránico y odioso para la divinidad [Dionisio también varia su nombre por el de Alodio]; Aventino Silvio (37), cuya tumba da nombre al monte; y Proca Silvio (23).

 

            Con esto entramos en la última fase de la leyenda.

            Numitor sería el heredero legítimo de Proca, pero su hermano Amulio lo expulsó del trono. Según Dionisio Numitor nunca llegó a ocupar el trono, sino que lo haría directamente su hermano Amulio. Amulio, y en esto coinciden Dionisio, Apiano y Livio, dio muerte al hijo de Numitor, Egesto, durante una cacería e hizo nombrar Vestal a la hija de Numitor, para que no pudiese tener pronta descendencia. Livio afirma que esta condición era perpetua, mientras que Dionisio afirma que duraba cinco años.

            Tras esto, pasaron, según nos refiere Dionisio, cuatro años hasta que, estando Rea Silvia, que así se llamaba la muchacha, aunque Dionisio la nombra como Ilia, recogiendo agua en una fuente para los sacrificios, cuando fue violada. Apiano, Dionisio y Livio dicen que por el dios Marte, aunque no lo creen así. Afirma Livio que ocurrió porque tenía que ocurrir. Dionisio va más allá afirmando que “Algunos dicen que fue uno de los pretendientes de la muchacha, que estaba enamorado de ella; otros dicen que lo hizo el propio Amulio, más por traición que por deseo, cubriéndose con armas para dar un aspecto terrorífico y ocultando lo más posible los rasgos que pudieran ser reconocibles”.

            El caso es que de esta unión, y hay coincidencia plena de los autores, nacieron dos niños, que fueron lanzados en una cesta al Tíber, mientras su madre fue arrojada a una cárcel.

Cuadro de texto: Loba capitolina amamantando a los hermanos Rómulo y Remo, tema iconográfico que simboliza los orígenes de Roma

            A partir de aquí todas las narraciones coinciden, con la salvedad de pequeños detalles, con la versión “oficial” que mostrábamos al comienzo. Así los dos hijos de Rea Silvia expulsarían del trono a su tío-abuelo, repondrían en él a su abuelo y se irían a fundar la ciudad de Roma, durante el transcurso de lo cual Rómulo asesinó a su hermano Remo. Aunque Livio y Orosio discrepan. Según Livio se produjo un enfrentamiento armado entre los seguidores de Remo, que aducían una cuestión temporal (él vio los pájaros antes) y los de Rómulo, que esgrimían una cuestión ponderal (él había visto más). Orosio, por su parte, afirma “Rómulo manchó inmediatamente el reino con la sangre de un parricidio y, en una sucesión de actos de crueldad semejante, dotó con la sangre de sus maridos y de sus padres a las mujeres sabinas, violentamente raptadas y unidas a los romanos mediante crueles nupcias.

 

            Efectivamente Rómulo, tras asesinar primero a su abuelo Numitor y después a su hermano Remo […]”

            Es decir, para Orosio, Rómulo habría acabado con la vida de Numitor y Remo. Curiosamente, no cita para nada a Amulio.

            Hasta aquí llega la leyenda de los Orígenes de Roma. Más tarde Rómulo se tuvo que preocupar de dotar a la ciudad de habitantes y familias, pero eso ya es otra historia.

 

BIBLIOGRAFÍA.

Apiano: Historia Romana. Volumen I. Gredos, 1980

Dionisio de Halicarnaso: Historia Antigua de Roma. Libros I – III. Gredos 1984.

Livio, Tito: Historia de Roma, Libros I y II. Consejo Superior de Investigaciones Científicas. 1987.

Montanelli, Indro: Historia de Roma. Ediciones GP/Plaza y Janés.

Orosio: Historias. Libros I – IV. Gredos 1982.

Plutarco: Vidas Paralelas, Volumen I. Teseo–Rómulo y Licurgo–Numa. Gredos 1985.

Virgilio Marón, Publio: La Eneida. Alianza. 1986

Virgilio Marón, Publio: La Eneida. Cátedra. 2003

Virgilio Marón, Publio: Obras completas. Cátedra. 2003.