LOS GRANDES EVENTOS Y LA REALIDAD
Cándido
Ruiz González
Los grandes eventos culturales nunca han solucionado los problemas
reales de la población. Ni resuelven las
deficiencias en el ámbito cultural, ni suponen ninguna panacea en el ámbito
económico. Pueden ser un remedo temporal, un bálsamo para una economía
deprimida, que aprovechados mientras tienen lugar, resultan rentables económicamente
en el corto plazo.
Desde el punto de vista de la cultura y del patrimonio, resulta un juego
pirotécnico de fotos y datos estadísticos, que los medios de comunicación se
encargarán de mostrar hasta la saciedad, con el objetivo de llenar páginas,
pero también de desviar la atención de otros asuntos que son mucho más
importantes para la vida cotidiana de las personas, más aún en tiempos de
crisis política y económica.
Desde el punto de vista económico, supone un esfuerzo público, tanto en
la promoción como en los recursos económicos utilizados, favoreciendo una
ganancia tan fácil y rápida, como pasajera. No genera la creación de una
estructura productiva estable, de un empleo de calidad, ni de un bienestar con
bases sólidas. Se trata de una actuación cortoplacista: El futuro no importa,
sólo el presente.
A ello se une, otro elemento, que es la utilización política y/o partidista.
En los tiempos que corren, determinados dirigentes, están deseosos de que se
realice su Olimpiada o su Expo. Están empeñados en pasar a la
historia. Lo que no se analiza ni se explica a la población es cuánto dinero
público cuesta y a quién va a parar, cuánto genera en la economía local cada
euro público invertido y cuál es el coste de oportunidad del gasto realizado en
estas Olimpiadas y Expos. El futuro no importa sólo el presente,
luego ya veremos que nos inventamos.
Con la exposición AQUA, que está celebrándose en Toro desde abril hasta noviembre
de este año, tenemos uno de esos grandes eventos. Las instituciones públicas se
gastarán alrededor de un millón y medio de euros (es decir, la friolera de unos
250 millones de las antiguas pesetas). Lo primero que se debería hacer es el
cálculo de cuántos euros se generan en la economía privada por cada euro
público gastado y cuantos recursos, vía impuestos y tasas, gracias al aumento
de la actividad económica, regresan a las arcas públicas. Lo segundo es auditar
las cuentas. La razón es muy sencilla: es dinero de todos. Lo tercero es
analizar con claridad el impacto en la economía local, tanto los ingresos
recibidos como el empleo generado, como las actividades y ocupaciones que se
crean para el futuro en la ciudad. Y lo cuarto, es conocer el coste de
oportunidad que ha tenido la Olimpiada, es decir, si en vez de gastar un
millón y medio en una exposición de unos meses, qué obtendríamos si esos
recursos se invirtieran en otros proyectos culturales, sociales o
medioambientales de largo alcance (rehabilitación del casco histórico,
recuperación de solares y viviendas, creación de infraestructuras culturales y
museísticas con un contenido y unas dimensiones adecuadas –nada de mastodontes
napoleónicos-, programación cultural estable a lo largo de los próximos años
–certámenes, festivales, congresos, muestras, cursos, etc.-, recuperación y
puesta en valor de elementos etnográficos –fuentes, pozos, tudas-,
inversiones medioambientales -jardines, parques, limpieza urbana, término
municipal, riberas del Duero-, inversiones en servicios sociales). Y eso sí que
quedaría en la ciudad “más de siete meses”, para esta generación y las
venideras, con la consiguiente creación de puestos de trabajo, el aumento del
bienestar de la población y la mejoría de la actividad cultural, los servicios
sociales y el medio ambiente.
Además, es conocido por la experiencia, que después de las Olimpiadas
y las Expos viene la resaca, que provoca mucha sed (cierre de
negocios) y un intenso dolor de cabeza (endeudamiento, infraestructuras sin
uso, desviación y agotamiento de recursos).